BOURDIEU
Este autor caracteriza a la lengua como
instrumento de acción y poder, explicitando la falacia de considerarla como
constituida por palabras neutras u objetivas. El lenguaje no es “inocente” en la
medida en que produce el reconocimiento de las autoridades legítimas al
favorecer el desconocimiento de la arbitrariedad en que se sustentan. Según este
autor, los dominados no podrán constituirse como grupo para movilizarse y
movilizar las energías que potencialmente poseen, si no son capaces de poner en
cuestión las categorías de percepción del orden social existente. El lenguaje
es, en este sentido, expansión del orden que pretende la sumisión frente a las
desigualdades sociales existentes.
La mirada de Bourdieu sobre la cultura
se constituye como una teoría del poder simbólico, es por ello que los símbolos
son caracterizados como instrumentos de conocimiento y comunicación que hacen
posible el consenso sobre el sentido del mundo, promoviendo la integración
social. Por consiguiente, plantea que no hay relaciones de comunicación o
conocimiento que no sean inseparablemente, relaciones de poder. “El poder
simbólico es un poder de hacer cosas con palabras”, afirma. En el tópico
específico del lenguaje, se propone analizarlo como un conjunto de modos de
distribución y producción simbólica de lugares sociales. El lenguaje es pensado
por este autor como una de las formas en que se constituye el saber, a través
del vínculo entre lo material y lo simbólico, tanto en prácticas como en
discursos. Es por ello que lo concibe como instrumento de acción y de poder más
que un objeto del intelecto.
En tanto que a la comunicación, la
caracteriza no como un espacio de libre intercambio, sino con condiciones de
instauración por parte de los hablantes que detentan un determinado poder en
situaciones específicas de intercambio simbólico, es decir, relaciones de fuerza
simbólica. Los productores y los productos lingüísticos no son iguales, afirma,
sino que están determinados por la existencia de privilegios de ciertos
hablantes con respecto a otros: la posición que detenten en la estructura
social. Las situaciones lingüísticas producen efectos de dominación, es decir,
relaciones e interacciones entre los hablantes conformes a las leyes objetivas
del mercado lingüístico.
La estructura del campo lingüístico debe
pensarse como un conjunto de transacciones, que constituyen una expresión
particular de la estructura de relación de fuerzas entre los grupos que poseen
diferentes competencias, que en situación de pugna se tornan una forma de
capital simbólico. En palabras de Bourdieu: “una lengua vale lo que valen los
que la hablan”. Es por ello que se aparta de la lingüística estructural y la de
corte chomskyano, ya que a su entender excluyen toda investigación que relacione
la lengua con la etnología, la historia política de los hablantes e incluso la
geografía del ámbito en que la lengua se habla, dimensiones consideradas
centrales para Bourdieu. En efecto, son las condiciones sociales de producción,
reproducción y de utilización de los enunciados de la lengua el objeto de
estudio para él.
El lenguaje entonces, es abordado para su análisis como
una praxis, que se realiza a través del habla, que despliega estrategias
discursivas que se refieren al dominio de sus condiciones de utilización, que
permiten producir discursos adecuados a situaciones sociales determinadas. Para
este sociólogo, el signo sólo tiene existencia dentro del modo de producción
lingüístico concreto. Las transacciones lingüísticas particulares dependen de la
estructura del campo lingüístico, expresión de cómo se estructuran las
relaciones de fuerza entre los grupos que poseen diversos capitales de
autoridad, que no pueden ser reducidos a las meras competencias
lingüísticas.
“Una ciencia del discurso –afirma Bourdieu- debe establecer
las leyes que determinan quién puede (de hecho y de derecho) hablar, a quién y
cómo, es decir, determinar las condiciones de instauración de la comunicación”.
También “debe determinar el contexto social en el cual la comunicación se
instaura, y en particular, la estructura del grupo en el cual se lleva a cabo.
Debe tener en cuenta no sólo las relaciones de fuerza simbólica que se
establecen en el grupo, sino las leyes mismas de producción del grupo que hacen
que algunas categorías estén ausentes. Estas condiciones ocultas son
determinantes para comprender lo que puede decirse y lo que no puede decirse en
un grupo”.
Este contexto social es denominado por Bourdieu mercado
lingüístico, es decir, una “situación social determinada más o menos oficial y
ritualizada” donde un hablante “produce un discurso dirigido a receptores
capaces de evaluarlo, apreciarlo y darle un precio”. Así, este mercado posee
“leyes de determinación de los precios que hacen que todos los productores de
productos lingüísticos, de hablas, no sean iguales”. Las relaciones de fuerza
que lo dominan (que trascienden la situación y son irreductibles a las
relaciones de interacción) “provocan que ciertos productores y productos tengan
un privilegio de entrada”.
Es por ello que este autor sostiene que una
ciencia del lenguaje debe tener como objeto de estudio “el análisis de las
condiciones de producción de un discurso no sólo gramatical, no sólo adaptado a
la situación, sino también y sobre todo aceptable, recibible, creíble, eficaz o
simplemente escuchado, en un estado dado de las relaciones de producción y
circulación” de los discursos.
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