miércoles, 26 de septiembre de 2012

Para pensar desde Bajtín


Para pensar desde Bajtín (I)

El diálogo es el encuentro amoroso de hombres que, mediatizados por el mundo, lo pronuncian; esto es, lo transforman, y, transformándolo, lo humanizan para la humanización de todos.

Este encuentro amoroso no puede ser, por eso mismo, un encuentro de elementos inconciliables. No hay ni puede haber invasión cultural dialógica; no existe manipulación ni conquista dialógicas: estos son términos que se excluyen.

PAULO FREIRE

Leemos a Gianni Rodari en su "Gramática de la fantasía" : 

"En realidad, no basta un polo eléctrico para provocar una chispa : se necesitan dos. La palabra aislada actúa sólo cuando encuentra una segunda que la provoca, la obliga a salir de los caminos gastados del hábito, a descubrirse nuevas capacidades de significar. No hay vida donde no hay lucha".

Para pensar a partir de Bajtín (II)

Octavio PAZ, escritor mexicano

El ritmo

Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen "esto y lo otro" y, al mismo tiempo, "aquello y lo de más allá". El pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende  reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe los diques de la sintaxis y del diccionario.
 

Léxicos y gramáticas son obras condenadas a no terminarse nunca. El idioma está siempre en movimiento, aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se da cuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que éstas constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen.
 

Una palabra aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien de tal manera que impliquen y transmitan un sentido.
 

La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y unívoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como un microcosmos, vive en ella. A semejanza del átomo, es un organismo sólo separable por la violencia. Y en efecto, sólo por la violencia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras.
 

El lenguaje es un universo de unidades significativas, es decir, de frases. Basta observar cómo escriben los que no han pasado por los aros del análisis gramatical para comprobar la verdad de estas afirmaciones. Los niños son incapaces de aislar las palabras. El aprendizaje de la gramática se inicia enseñando a dividir las frases en palabras y éstas en sílabas y letras. Pero los niños no tienen
 conciencia de las palabras; la tienen, y muy viva, de las frases: piensan, hablan y escriben en bloques significativos y les cuesta trabajo comprender que una frase está hecha de palabras. Todos aquellos que apenas si saben escribir muestran la misma tendencia. Cuando escriben, separan o juntan al azar los vocablos: no saben a ciencia cierta dónde acaban y empiezan. Al hablar, por el contrario, los analfabetos hacen las pausas precisamente donde hay que hacerlas: piensan en frases. 

Asimismo, apenas nos olvidamos o exaltamos y dejamos de ser dueños de nosotros, el lenguaje natural recobra sus derechos y dos palabras o más se juntan en el papel, ya no conforme a las reglas de la gramática sino obedeciendo al dictado del pensamiento. Cada vez que nos distraemos, reaparece el lenguaje en su estado natural, anterior a la gramática. Podría argüirse que hay palabras aisladas que forman por sí mismas unidades significativas.

En ciertos idiomas primitivos la unidad parece ser la palabra; los pronombres demostrativos de algunas de estas lenguas no se reducen a señalar a éste o aquél, sino a "esto que está de pie", "aquel que está tan cerca que podría tocársele", "aquélla ausente", "éste visible", etc.  Pero cada una de estas palabras es una frase. Así, ni en los idiomas más simples la palabra aislada es lenguaje. Esos pronombres son palabras-frase.

Para pensar a partir de Bajtín (III)

El spanglish como práctica discursiva

Desde hace mucho tiempo viene sucediendo: ya los filósofos de la época de la decadencia del Imperio Romano, los "buenos" ciudadanos y  literatos que vivían en la península itálica, se quejaban amargamente de la forma escandalosa en que las tribus bárbaras, las que habían sido incorporadas al imperio por la fuerza, corrompían el latín y le añadían palabras de sus propios dialectos (el imperio siempre llama dialecto a las lenguas que compiten con la suya y que son un obstáculo a su objetivo de borrar, de arrasar las culturas autóctonas de los pueblos vencidos). Allá por el segundo, tercero y cuarto siglos de nuestra era, estos gritos de angustia fueron cada vez más repetidos y, a la vez, cada vez importaron menos porque la sociedad del imperio romano terminó siendo mayoritariamente bárbara y minoritariamente romana pura.

Para cuando Atila recogió los despojos y tomó a la fuerza, la capital del mayor imperio del mundo antiguo, los hombres y mujeres que lo habitaban hablaban (con la excepción de los jurisconsultos, los monjes y la casta aristocrática) un latín “degradado”, o mejor dicho, distintos latines “deformados”, de tal forma que ya no eran la lengua oficial del imperio sino los cimientos de lo que más tarde serían el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el castellano.

¿Cómo fue que los bárbaros triunfaron sobre los cultos ciudadanos romanos? Tal vez porque la lengua de uso es la lengua que pervive, el idioma que logra perdurar por una simple razón: su capacidad de adaptación a las necesidades de la comunidad donde se practica. En realidad, los idiomas son herramientas utilitarias colectivas. Y cuando decimos herramienta nos referimos a que una sociedad en su conjunto percibe a su lenguaje como un arma defensiva tanto como un juego en el que todos participan:  quitándole y agregándole palabras, inventando nuevos vocablos, transformando las órdenes del opresor en signos propios, en jerigonza que define quién es quién.

El lenguaje, entonces, es otra clase de campo de batalla entre amos y esclavos, entre nativos y extranjeros, entre los que entienden el sentido de lo que decimos y los que se quedan sin saber lo que nosotros decimos de ellos en su cara. Y ese proceso sigue y sigue: el castellano de los españoles no fue el castellano de los indígenas que tuvieron que aprenderlo para sobrevivir en la Nueva España, ni el castellano mexicano del lado sur de la frontera es igual al spanglish que hablan los mexicoamericanos que viven y trabajan del lado norte. Cada una de estas clases de castellano es una rama distinta de un árbol por demás frondoso. Por eso constituye un error creer, como los viejos filósofos romanos, que hay una sola manera de hablar y escribir el latín "deformado" que llamamos castellano y no las numerosas formas de transfigurarlo en otras lenguas más adaptables a cada tribu sometida.

Un ejemplo de estas conformaciones linguísticas debidas al uso que ejercen los hablantes de su lengua lo constituye el spanglish: son muchísimas las personas que lo hablan y lo escriben y lo  viven como parte de su "botiquín" de supervivencia cultural. Más allá de los pronunciamientos que denostan al spanglish, lo cierto es que se trata de una práctica linguística llegó para quedarse, que ya no se lo puede ignorar como hace apenas unas dos décadas todavía se acostumbraba hacer entre los intelectuales de México, para quienes toda frase o expresión en spanglish era un acto de traición a la patria, una forma de darle la espalda al castellano. Ahora se intenta acaparar al spanglish, abrazarlo como un hermanito menor (véase el paternalista prejuicio de clase) bajo la protección del castellano a la mexicana (que casi siempre equivale al español que se habla en la ciudad capital).

Un intento inútil a todas luces, porque el spanglish no necesitó permiso de nadie para hacerse y difundirse ni necesita  ahora bendiciones de sus anteriores detractores. El spanglish es una ruta más hacia el futuro de dos lenguas nacidas desde el latín: el español y el inglés. Una herramienta práctica, excelente para nuestro tiempo de globalizaciones y fronteras cerradas, de internet y ghettos en auge. No serán las "autoridades linguísticas" las que dictaminarán su destino ni sus cambios a futuro. Eso lo deciden, como siempre ha sido, la gente que lo utilice y lo practique, la comunidad que lo entienda y lo talka ("hable" en spanglish).

Por eso la conciencia del lenguaje es imprescindible: saber por qué decimos lo que decimos y por qué lo decimos de una forma distinta a los demás. "Eres lo que escribes" no es un imperativo categórico: es una descripción de nosotros mismos en un mapa siempre cambiante, en evolución constante. Un mapa que se hace al andar por su geografía de palabras, de signos, de puentes que nos comuniquen, de ideas que podamos entre todos hacer nuestras. No es una orden sino una petición de principios: tratemos de entendernos con la lengua que somos entre todos y tratemos de aceptar que cada dialecto es una posibilidad de futuro, un atajo hacia otras comarcas por descubrir, por explorar, por vivir.

Adaptado por Oscar Amaya dehttp://escribesinfaltas.blogspot.com.ar/

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