FERDINAND DE SAUSSURE
CURSO DE
LINGÜÍSTICA GENERAL
Traducción, prólogo y notas de AMADO ALONSO
VIGESIMACUARTA EDICIÓN
E D I T O R I A L L O S A D A
Título del orignal francés: Cours de linguistique genérale
Editorial Losada. S.A. Moreno 3362 Buenos Aires. 1945
Notas de la edición digital:
a) Se ha conservado la numeración de páginas original.
b) Pueden existir diferencias (respecto del original) en los caracteres
fonéticos utilizados, que abundan, a cada paso, y en cada página. En la
medida de lo posible, hemos intentado ser fieles al original. Aquellos que
necesiten estricta precisión en estos puntos, deberán remitirse
necesariamente al original para aclarar dudas.
INDICE
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA..........................................................................................................................7
CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL..........................................................................................................................20
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN FRANCESA.....................................................................................................21
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................................25
CAPÍTULO I - OJEADA A LA HISTORIA DE LA LINGÜÍSTICA..........................................................................25
CAPÍTULO II - MATERIA Y TAREA DE LA LINGÜÍSTICA. SUS RELACIONES CON LAS CIENCIASCONEXAS....................................................................................................................................................................30
CAPÍTULO III -
OBJETO DE LA LINGÜÍSTICA...................................................................................................32
CAPÍTULO IV - LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA Y LINGÜÍSTICA DEL HABLA ............................................41
CAPÍTULO V - ELEMENTOS INTERNOS Y ELEMENTOS EXTERNOS DE LA LENGUA...................................44
CAPÍTULO VI - REPRESENTACIÓN DE LA LENGUA POR LA ESCRITURA ......................................................51
CAPÍTULO VII - LA FONOLOGÍA............................................................................................................................55
APÉNDICE - PRINCIPIOS DE FONOLOGÍA ................................................................................................................60
CAPÍTULO 1 - LAS ESPECIES FONOLÓGICAS ....................................................................................................60
CAPÍTULO II- LOS FONEMAS EN LA CADENA HABLADA.................................................................................72
PRIMERA PARTE - PRINCIPIOS GENERALES...........................................................................................................91
CAPÍTULO I - NATURALEZA DEL SIGNO LINGÜISTICO...................................................................................91
CAPÍTULO II - INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO .....................................................................92
CAPÍTULO III - LA LINGÜÍSTICA ESTÁTICA Y LA LINGÜÍSTICA EVOLUTIVA ........................................105
SEGUNDA PARTE - LINGÜÍSTICA SINCRÓNICA................................................................................................120
CAPÍTULO I - GENERALIDADES............................................................................................................................120
CAPÍTULO II - LAS ENTIDADES CONCRETAS DE LA LENGUA.....................................................................122
CAPÍTULO III - IDENTIDAD, REALIDAD, VALORES........................................................................................127
CAPÍTULO IV - EL VALOR LINGÜÍSTICO..........................................................................................................131
CAPÍTULO V - RELACIONES SINTAGMÁTICAS Y RELACIONES ASOCIATIVAS ......................................142
CAPÍTULO VI - MECANISMO DE LA LENGUA....................................................................................................147
CAPÍTULO VII - LA GRAMÁTICA Y SUS DIVISIONES......................................................................................153
CAPÍTULO VIII - PAPEL DE LAS ENTIDADES ABSTRACTAS EN GRAMÁTICA ...........................................156
TERCERA PARTE - LINGÜÍSTICA DIACRÓNICA..................................................................................................159
CAPÍTULO I - GENERALIDADES ...........................................................................................................................159
CAPÍTULO II - LOS CAMBIOS FONÉTICOS.........................................................................................................163
CAPÍTULO III - CONSECUENCIAS GRAMATICALES DE LA EVOLUCIÓN FONÉTICA................................172
CAPÍTULO IV - ANALOGÍA...................................................................................................................................180
CAPÍTULO V - ANALOGÍA Y EVOLUCIÓN..........................................................................................................188
CAPÍTULO VI - LA ETIMOLOGÍA POPULAR .....................................................................................................195
CAPÍTULO VII - LA AGLUTINACIÓN....................................................................................................................198
CAPÍTULO VIII - UNIDADES, IDENTIDADES Y REALIDADES DIACRÓNICAS...............................................201
APÉNDICES - A LAS PARTES TERCERA Y CUARTA .............................................................................................205
CUARTA PARTE - LINGÜÍSTICA GEOGRÁFICA.....................................................................................................212
CAPÍTULO I - DE LA DIVERSIDAD DE LENGUAS..............................................................................................212
CAPÍTULO II - COMPLICACIONES DE LA DIVERSIDAD GEOGRÁFICA........................................................215
CAPÍTULO III - CAUSAS DE LA DIVERSIDAD GEOGRÁFICA.........................................................................219
CAPÍTULO IV - PROPAGACIÓN DE LAS ONDAS LINGÜÍSTICAS....................................................................229
QUINTA PARTE - CUESTIONES DE LINGÜÍSTICA RETROSPECTIVA..................................................................236
CAPÍTULO I - LAS DOS PERSPECTIVAS DE LA LINGÜÍSTICA DIACRÓNICA.................................................236
CAPÍTULO II - LA LENGUA MÁS ANTIGUA Y EL PROTOTIPO.....................................................................239
CAPÍTULO III - LAS RECONSTRUCCIONES .......................................................................................................242
CAPÍTULO IV - EL TESTIMONIO DE LA LENGUA .............................................................................................246
EN ANTROPOLOGÍA Y EN PREHISTORIA...........................................................................................................246
CAPÍTULO V - FAMILIAS DE LENGUAS Y TIPOS LINGÜÍSTICOS....................................................................252
CAPÍTULO III
OBJETO DE LA LINGÜÍSTICA
§ 1. LA LENGUA; SU DEFINICIÓN
¿Cuál es el objeto a la vez integral y concreto de la lingüística? La
cuestión es particularmente difícil; ya veremos luego por qué; limitémonos
ahora a hacer comprender esa dificultad.
Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden
considerar en seguida desde diferentes puntos de vista. No es así en la
lingüística. Alguien pronuncia la palabra española desnudo: un observador
superficial se sentirá tentado de ver en ella un objeto lingüístico
concreto; pero un examen más atento hará ver en ella sucesivamente tres
o cuatro cosas perfectamente diferentes, según la manera de considerarla:
como sonido, como expresión de una idea, como correspondencia del
latín (dis)nūdum, etc. Lejos de preceder el objeto al punto de vista, se
diría que es el punto de vista el que crea el objeto, y, además, nada nos
dice de antemano que una de esas maneras de considerar el hecho en
cuestión sea anterior o superior a las otras.
Por otro lado, sea cual sea el punto de vista adoptado, el fenómeno
lingüístico presenta perpetuamente dos caras que se corresponden,
sin que la una valga más que gracias a la otra. Por ejemplo:
1° Las sílabas que se articulan son impresiones acústicas percibidas
por el oído, pero los sonidos no existirían sin los órganos vocales; así una n
no existe más que por la correspondencia de estos dos aspectos. No se
puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni separar el sonido de la articulación
bucal; a la recíproca, no se pueden definir los movimientos de los
órganos vocales si se hace abstracción de la impresión acústica (ver pág.
56 y sigs.).
2° Pero admitamos que el sonido sea una cosa simple: ¿es el sonido el
que hace al lenguaje? No; no es más que el instrumento del pensamiento y
no existe por sí mismo. Aquí surge una nueva y formidable correspondencia:
el sonido, unidad compleja acústico-vocal, forma a su vez con la
idea una unidad compleja, fisiológica y mental. Es más:
3° El lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede
concebir el uno sin el otro. Por último:
4° En cada instante el lenguaje implica a la vez un sistema estable-
Complejidad del lenguaje 37
cido y una evolución; en cada momento es una institución actual y un
producto del pasado. Parece a primera vista muy sencillo distinguir
entre el sistema y su historia, entre lo que es y lo que ha sido; en
realidad, la relación que une esas dos cosas es tan estrecha que es
difícil separarlas. ¿Sería la cuestión más sencilla si se considerara el
fenómeno lingüístico en sus orígenes, si, por ejemplo, se comenzara por
estudiar el lenguaje de los niños? No, pues es una idea enteramente
falsa esa de creer que en materia de lenguaje el problema de los
orígenes difiere del de las condiciones permanentes. No hay manera de
salir del círculo.
Así, pues, de cualquier lado que se mire la cuestión, en ninguna parte
se nos ofrece entero el objeto de la lingüística. Por todas partes
topamos con este dilema: o bien nos aplicamos a un solo lado de cada
problema, con el consiguiente riesgo de no percibir las dualidades
arriba señaladas, o bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la
vez, el objeto de la lingüística se nos aparece como un montón confuso
de cosas heterogéneas y sin trabazón. Cuando se procede así es cuando
se abre la puerta a muchas ciencias —psicología, antropología,
gramática normativa, filología, etc.—, que nosotros separamos
distintamente de la lingüística, pero que, a favor de un método
incorrecto, podrían reclamar el lenguaje como uno de sus objetos.
A nue; tro parecer, no hay más que una solución para todas estas
dificultades: hay que colocarsedesde el primer momento en el terreno
de la lengua y tomarla como norma de todas las otras
manifestaciones del lenguaje. En efecto, entre tantas dualidades, la
lengua parece ser lo único susceptible de definición autónoma y es la que
da un punto de apoyo satisfactorio para el espíritu.
Pero ¿qué es la lengua? Para nosotros, la lengua no se confunde
con el lenguaje: la lengua no es más que una determinada parte del
lenguaje, aunque esencial. Es a la vez un producto social de la facultad
del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el
cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos.
Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a
caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico,
pertenece además al dominio individual y al dominio social; no se deja
clasificar en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no
se sabe cómo desembrollar su unidad.
La lengua, por el contrario, es una totalidad en sí y un
principio de clasificación. En cuanto le damos el primer lugar entre los
hechos de len-guaje, introducimos un orden natural en un conjunto que
no se presta a ninguna otra clasificación.
38 Lenguaje y lengua
A este principio de clasificación se podría objetar que el ejercicio del
lenguaje se apoya en una facultad que nos da la naturaleza, mientras que
la lengua es cosa adquirida y convencional que debería quedar subordinada
al instinto natural en lugar de anteponérsele.
He aquí lo que se puede responder. En primer lugar, no está probado
que la función del lenguaje, tal como se manifiesta cuando hablamos, sea
enteramente natural, es decir, que nuestro aparato vocal esté hecho para
hablar como nuestras piernas para andar. Los lingüistas están lejos de
ponerse de acuerdo sobre esto. Así, para Whitney, que equipara la lengua
a una institución social con el mismo título que todas las otras, el que nos
sirvamos del aparato vocal como instrumento de la lengua es cosa del
azar, por simples razones de comodidad: lo mismo habrían podido los
hombres elegir el gesto y emplear imágenes visuales en lugar de las imá-
genes acústicas. Sin duda, esta tesis es demasiado absoluta; la lengua
no es una institución social semejante punto por punto a las otras (ver
pág. 99 y sigs., y 101); además, Whytney va demasiado lejos cuando dice
que nuestra elección ha caído por asar en los órganos de la voz; de cierta
manera, ya nos estaban impuestos por la naturaleza. Pero, en el punto
esencial, el lingüista americano parece tener razón: la lengua es una convención
y la naturaleza del signo en que se conviene es indiferente. La
cuestión del aparato vocal es, pues, secundaria en el problema del lenguaje.
Cierta definición de lo que se llama lenguaje articulado podría confirmar
esta idea. En latín articulus significa 'miembro, parte, subdivisión
en una serie de cosas'; en el lenguaje, la articulación puede designar o bien
la subdivisión de la cadena hablada en sílabas, o bien la subdivisión de la
cadena de significaciones en unidades significativas; este sentido es el que
los alemanes dan a su gegliederte Sprache. Ateniéndonos a esta segunda
definición, se podría decir que no es el lenguaje hablado el natural al hombre,
sino la facultad de constituir una lengua, es decir, un sistema de
signos distintos que corresponden a ideas distintas.
Broca ha descubierto que la facultad de hablar está localizada en la
tercera circunvolución frontal izquierda: también sobre esto se han apoyado
algunos para atribuir carácter natural al lenguaje. Pero esa localización
se ha comprobado para todo lo que se refiere al lenguaje, incluso
la escritura, y esas comprobaciones, añadidas a las observaciones hechas
sobre las diversas formas de la afasia por lesión de tales centros de localización,
parecen indicar: 1° que las diversas perturbaciones del lenguaje
oral están enredadas de mil maneras con las del lenguaje escrito; 2° que en
todos los casos de afasia o de agrafía lo lesionado es menos la facultad
Circuito del habla 39
de proferir tales o cuales sonidos o de trazar tales o cuales signos, que la
de evocar por un instrumento, cualquiera que sea, los signos de un lenguaje
regular. Todo nos lleva a creer que por debajo del funcionamiento
de los diversos órganos existe una facultad más general, la que gobierna
los signos: ésta sería la facultad lingüística por excelencia. Y por aquí llegamos
a la misma conclusión arriba indicada.
Para atribuir a la lengua el primer lugar en el estudio del lenguaje, se
puede finalmente hacer valer el argumento de que la facultad —natural o
no— de articular palabras no se ejerce más que con la ayuda del instrumento
creado y suministrado por la colectividad; no es, pues, quimé-
rico decir que es la lengua la que hace la unidad del lenguaje.
§ 2. LUGAR DE LA LENGUA EN LOS HECHOS DE LENGUAJE
Para hallar en el conjunto del lenguaje la esfera que corresponde a la
lengua, hay que situarse ante el acto individual que permite reconstruir el
circuito de la palabra. Este acto supone por lo menos dos individuos:
es el mínimum exigible para que el circuito sea completo. Sean, pues, dos
personas, A y B, en conversación:
El punto de partida del circuito está en el cerebro de uno de ellos, por
ejemplo, en el de A, donde los hechos de conciencia, que llamaremos conceptos,
se hallan asociados con las representaciones de los signos lingüísticos
o imágenes acústicas que sirven a su expresión. Supongamos que un
concepto dado desencadena en el cerebro una imagen acústica correspondiente:
éste es un fenómeno enteramente psíquico, seguido a su vez de un
proceso fisiológico: el cerebro transmite a los órganos de la fonación un
impulso correlativo a la imagen; luego las ondas sonoras se propagan de la
boca de A al oído de B: proceso puramente físico. A continuación el circuito
sigue en B un orden inverso: del oído al cerebro, transmisión fisiológica
de la imagen acústica; en el cerebro, asociación psíquica de esta
imagen con el concepto correspondiente. Si B habla a su vez, este nuevo
40 Circuito del habla
acto seguirá —de su cerebro al de A— exactamente la misma marcha
que el primero y pasará por las mismas fases sucesivas que representamos
con el siguiente esquema:
Audición Fonación
Fonación Audición
Este análisis no pretende ser completo. Se podría distinguir todavía:
la sensación acústica pura, la identificación de esa sensación con la imagen
acústica latente, la imagen muscular de la fonación, etc. Nosotros sólo
hemos tenido en cuenta los elementos juzgados esenciales; pero nuestra
figura permite distinguir en seguida las partes físicas (ondas sonoras) de
las fisiológicas (fonación y audición) y de las psíquicas (imágenes verbales
y conceptos). Pues es de capital importancia advertir que la imagen verbal
no se confunde con el sonido mismo, y que es tan legítimamente psí-
quica como el concepto que le está asociado.
El circuito, tal como lo hemos representado, se puede dividir todavía:
a) en una parte externa (vibración de los sonidos que van de la boca
al oído) y una parte interna, que comprende todo el resto;
b) en una parte psíquica y una parte no psíquica, incluyéndose en la
segunda tanto los hechos fisiológicos de que son asiento los órganos, como
los hechos físicos exteriores al individuo;
c) en una parte activa y una parte pasiva: es activo todo lo que va del
centro de asociación de uno de los sujetos al oído del otro sujeto, y pasivo
todo lo que va del oído del segundo a su centro de asociación;
Por último, en la parte psíquica localizada en el cerebro se puede llamar
ejecutivo todo lo que es activo (c -> i) y receptivo todo lo que es
pasivo (i -> c).
Es necesario añadir una facultad de asociación y de coordinación, que
se manifiesta en todos los casos en que no se trate nuevamente de signos
aislados; esta facultad es la que desempeña el primer papel en la organización
de la lengua como sistema (ver pág. 147 y sigs.).
Cristalización social 41
Pero, para comprender bien este papel, hay que salirse del acto individual,
que no es más que el embrión del lenguaje, y encararse con el hecho
social.
Entre todos los individuos así ligados por el lenguaje, se establecerá
una especie de promedio: todos reproducirán —no exactamente, sin duda,
pero sí aproximadamente— los mismos signos unidos a los mismos conceptos.
¿Cuál es el origen de esta cristalización social? ¿Cuál de las dos partes
del circuito puede ser la causa? Pues lo más probable es que no todas participen
igualmente.
La parte física puede descartarse desde un principio. Cuando oímos
hablar una lengua desconocida, percibimos bien los sonidos, pero, por
nuestra incomprensión, quedamos fuera del hecho social.
La parte psíquica tampoco entra en juego en su totalidad: el lado
ejecutivo queda fuera, porque la ejecución jamás está a cargo de la masa,
siempre es individual, y siempre el individuo es su arbitro; nosotros lo
llamaremos el habla (parole).
Lo que hace que se formen en los sujetos hablantes acuñaciones que
llegan a ser sensiblemente idénticas en todos es el funcionamiento de las
facultades receptiva y coordinativa. ¿Cómo hay que representarse este
producto social para que la lengua aparezca perfectamente separada del
resto? Si pudiéramos abarcar la suma de las imágenes verbales almacenadas
en todos los individuos, entonces toparíamos con el lazo social que
constituye la lengua. Es un tesoro depositado por la práctica del habla en
los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un sistema gramatical
virtualmente existente en cada cerebro, o, más exactamente, en los
cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en
ninguno, no existe perfectamente más que en la masa.
Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez:
1° lo que es social de lo que es individual; 2° lo que es esencial de lo que es
accesorio y más o menos accidental.
La lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el
individuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión
no interviene en ella más que para la actividad de clasificar, de que
hablamos en la pág. 147 y sigs.
El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad y de inteligencia,
en el cual conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el
sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su
pensamiento personal; 2° el mecanismo psicofísico que le permita exteriorizar
esas combinaciones.
42 Caracteres de la lengua
Hemos de subrayar que lo que definimos son cosas y no palabras; las
distinciones establecidas nada tienen que temer de ciertos términos ambiguos
que no se recubren del todo de lengua a lengua. Así en alemán
Sprache quiere decir lengua y lenguaje; Rede corresponde bastante bien a
habla (fr. parole), pero añadiendo el sentido especial de 'discurso'. En
latín, sermo significa más bien lenguaje y habla, mientras que lingua designa
la lengua, y así sucesivamente.
Ninguna palabra corresponde exactamente a cada una de las nociones
precisadas arriba; por eso toda definición hecha a base de una palabra
es vana; es mal método el partir de las palabras para definir las cosas.
Recapitulemos los caracteres de la lengua:
1° Es un objeto bien definido en el conjunto heteróclito de los hechos
de lenguaje. Se la puede localizar en la porción determinada del circuito
donde una imagen acústica viene a asociarse con un concepto. La lengua
es la parte social del lenguaje, exterior al individuo, que por sí solo no
puede ni crearla ni modificarla; no existe más que en virtud de una especie
de contrato establecido entre los miembros de la comunidad. Por otra parte,
el individuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su funcionamiento;
el niño se la va asimilando poco a poco. Hasta tal punto es
la lengua una cosa distinta, que un hombre privado del uso del habla conserva
la lengua con tal que comprenda los signos vocales que oye.
2° La lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar
separadamente. Ya no hablamos las lenguas muertas, pero podemos muy
bien asimilarnos su organismo lingüístico. La ciencia de la lengua no sólo
puede prescindir de otros elementos del lenguaje, sino que sólo es posible
a condición de que esos otros elementos no se inmiscuyan.
3° Mientras que el lenguaje es heterogéneo, la lengua así delimitada
es de naturaleza homogénea: es un sistema de signos en el que sólo es
esencial la unión del sentido y de la imagen acústica, y donde las dos partes
del signo son igualmente psíquicas.
4° La lengua, no menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta,
y esto es gran ventaja para su estudio. Los signos lingüísticos no
por ser esencialmente psíquicos son abstracciones; las asociaciones ratificadas
por el consenso colectivo, y cuyo conjunto constituye la lengua, son
realidades que tienen su asiento en el cerebro. Además, los signos de la
lengua son, por decirlo así, tangibles; la escritura puede fijarlos en imágenes
convencionales, mientras que sería imposible fotografiar en todos sus
detalles los actos del habla; la fonación de una palabra, por pequeña que
sea, representa una infinidad de movimientos musculares extremadamente
difíciles de conocer y de imaginar. En la lengua, por el contrario, no
La lengua y la semiología 43
hay más que la imagen acústica, y ésta se puede traducir en una imagen
visual constante. Pues si se hace abstracción de esta multitud de movimientos
necesarios para realizarla en el habla, cada imagen acústica no
es, como luego veremos, más que la suma de un número limitado de
elementos o fonemas, susceptibles a su vez de ser evocados en la
escritura por un número correspondiente de signos. Esta posibilidad de
fijar las cosas relativas a la lengua es la que hace que un diccionario y una
gramática puedan ser su representación fiel, pues la lengua es el
depósito de las imágenes acústicas y la escritura la forma tangible de
esas imágenes.
§ 3. LUGAR DE LA LENGUA EN LOS HECHOS HUMANOS.
LA SEMIOLOGÍA
Estos caracteres nos hacen descubrir otro más importante. La lengua,
deslindada así del conjunto de los hechos de lenguaje, es clasificable
entre los hechos humanos, mientras que el lenguaje no lo es.
Acabamos de ver que la lengua es una institución social, pero se
diferencia por muchos rasgos de las otras instituciones políticas,
jurídicas, etc. Para comprender su naturaleza peculiar hay que hacer
intervenir un nuevo orden de hechos.
La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable
a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos,
a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., etc. Sólo que es
el más importante de todos esos sistemas.
Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos
en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social,
y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos
semiología1 (del griego sēmeîon 'signo'). Ella nos enseñará en qué con
sisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que
todavía no existe, no se puede decir qué es lo que ella será; pero tiene
derecho a la existencia, y su lugar está determinado de antemano. La lingüística
no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes que la
semiología descubra serán aplicables a la lingüística, y así es como la lingüística
se encontrará ligada a un dominio bien definido en el conjunto de
los hechos humanos.
Al psicólogo toca determinar el puesto exacto de la semiología 2
; tarea
del lingüista es definir qué es lo que hace de la lengua un sistema
1 No confundir la semiología con la semántica, que estudia los cambios de significación,
y de la que Ferdinand de Saussure no hizo una exposición metódica, aunque nos dejó
formulado su principio tímidamente en la pág. 130. (B. y S.)
2 Cfr. A. NAVILLE, Classification des sciences, 2a edición, pág. 104.
44 La semiología y la lengua
especial en el conjunto de los hechos semiológicos. Más adelante volveremos
sobre la cuestión; aquí sólo nos fijamos en esto: si por vez primera
hemos podido asignar a la lingüistica un puesto entre las ciencias es por
haberla incluido en la semiología.
¿Por qué la semiología no es reconocida como ciencia autónoma, ya
que tiene como las demás su objeto propio? Es porque giramos dentro de
un círculo vicioso: de un lado, nada más adecuado que la lengua para hacer
comprender la naturaleza del problema semiológico; pero, para plantearlo
convenientemente, se tendría que estudiar la lengua en sí misma; y el
caso es que, hasta ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra
cosa, desde otros puntos de vista.
Tenemos, en primer lugar, la concepción superficial del gran público,
que no ve en la lengua más que una nomenclatura (ver pág. 91), lo cual
suprime toda investigación sobre su naturaleza verdadera. Luego
viene el punto de vista del psicólogo, que estudia el mecanismo del signo
en el individuo. Es el método más fácil, pero no lleva más allá de la ejecución
individual, sin alcanzar al signo, que es social por naturaleza.
O, por último, cuando algunos se dan cuenta de que el signo debe estudiarse
socialmente, no retienen más que los rasgos de la lengua que la
ligan a otras instituciones, aquellos que dependen más o menos de nuestra
voluntad; y así es como se pasa tangencialmente a la meta, desdeñando los
caracteres que no pertenecen más que a los sistemas semiológicos en general
y a la lengua en particular. Pues el signo es ajeno siempre en cierta
medida a la voluntad individual o social, y en eso está su carácter esencial,
aunque sea el que menos evidente se haga a primera vista.
Así, ese carácter no aparece claramente más que en la lengua, pero
también se manifiesta en las cosas menos estudiadas, y de rechazo se
suele pasar por alto la necesidad o la utilidad particular de una ciencia
semiológica. Para nosotros, por el contrario, el problema lingüístico es
primordialmente semiológico, y en este hecho importante cobran significación
nuestros razonamientos. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza
de la lengua, hay que empezar por considerarla en lo que tiene de
común con todos los otros sistemas del mismo orden; factores lingüísticos
que a primera vista aparecen como muy importantes (por ejemplo, el juego
del aparato fonador) no se deben considerar más que de segundo orden
si no sirven más que para distinguir a la lengua de los otros sistemas. Con
eso no solamente se esclarecerá el problema lingüístico, sino que, al considerar
los ritos, las costumbres, etc., como signos, estos hechos aparecerán
a otra luz, y se sentirá la necesidad de agruparlos en la semiología y
de explicarlos por las leyes de esta ciencia.
PRIMERA PARTE
PRINCIPIOS GENERALES
CAPÍTULO I
NATURALEZA DEL SIGNO LINGÜISTICO
§ 1. SIGNO, SIGNIFICADO, SIGNIFICANTE
Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es
una nomenclatura, esto es, una lista de términos que corresponden a
otras tantas cosas. Por ejemplo:
Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas
completamente hechas preexistentes a las palabras (ver sobre esto pág.
166; no nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica, pues arbor
puede considerarse en uno u otro aspecto; por último, hace suponer que el
vínculo que une un nombre a una cosa es una operación muy simple, lo
cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo, esta perspectiva simplista
puede acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es
una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.
Hemos visto en la pág. 40, a propósito del circuito del habla, que los
términos implicados en el signo lingüístico son ambos psíquicos y están
unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asociación. Insistimos en
este punto.
Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un
concepto y una imagen acústica1
. La imagen acústica no es el sonido
1 El término de imagen acústica parecerá quizá demasiado estrecho, pues junto a la
representación de los sonidos de una palabra está también la de su articulación, la imagen
muscular del acto fonatorio. Pero para F. de Saussure la lengua es esencialmente un depó-
sito, una cosa recibida de fuera (ver pág. 41). La imagen acústica es, por excelencia, la
representación natural de la palabra, en cuanto hecho de lengua virtual, fuera de toda realización
por el habla. El aspecto motor puede, pues, quedar sobreentendido o en todo caso no
ocupar más que un lugar subordinado con relación a la imagen acústica. (B. y S.)
: ARBOR : EQUOS
92
material, cosa puramente física, sino su huella psíquica, la representación
que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es
sensorial, y si llegamos a llamarla «material» es solamente en este sentido
y por oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente
más abstracto.
El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente
cuando observamos nuestra lengua materna. Sin mover los labios
ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros mismos o recitarnos mentalmente
un poema. Y porque las palabras de la lengua materna son para
nosotros imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los «fonemas» de
que están compuestas. Este término, que implica una idea de acción vocal,
no puede convenir más que a las palabras habladas, a la realización de
la imagen interior en el discurso. Hablando de sonidos y de sílabas de una
palabra, evitaremos el equívoco, con tal que nos acordemos de que se
trata de la imagen acústica.
El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras, que
puede representarse por la siguiente figura:
Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recí-
procamente. Ya sea que busquemos el sentido de la palabra latina arbor o
la palabra con que el latín designa el concepto de 'árbol', es evidente que
las vinculaciones consagradas por la lengua son las únicas que nos aparecen
conformes con la realidad, y descartamos cualquier otra que se pudiera
imaginar.
Esta definición plantea una importante cuestión de terminología.
Llamamos signo a la combinación del concepto y de la imagen
acústica: pero en el uso corriente este término designa generalmente la
imagen acústica sola, por ejemplo una palabra (arbor, etc.). Se olvida que
si llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto
El signo es arbitrario 93
'árbol', de tal manera que la idea de la parte sensorial implica la del conjunto.
La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí
presentes por medio de nombres que se relacionen recíprocamente al mismo
tiempo que se opongan. Y proponemos conservar la palabra signo
para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica respectivamente
con significado y significante; estos dos últimos términos
tienen la ventaja de señalar la oposición que los separa, sea entre ellos
dos, sea del total de que forman parte. En cuanto al término signo, si nos
contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua usual cualquier
otro, no sabemos con qué reemplazarlo.
El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al
enunciarlos vamos a proponer los principios mismos de todo estudio de
este orden.
§ 2. PRIMER PRINCIPIO: LO ARBITRARIO DEL SIGNO
El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien,
puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un
significante con un significado, podemos decir más simplemente: el signo
lingüistico es arbitrario.
Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la
secuencia de sonidos s-u-r que le sirve de significante; podría estar representada
tan perfectamente por cualquier otra secuencia de sonidos. Sirvan
de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de
lenguas diferentes: el significado 'buey' tiene por significante bwéi a un
lado de la frontera franco-española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de
la frontera francogermana es oks (Ochs).
El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie;
pero suele ser más fácil descubrir una verdad que asignarle el puesto que
le toca. El principio arriba enunciado domina toda la lingüística de la lengua;
sus consecuencias son innumerables. Es verdad que no todas aparecen
a la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles muchas
vueltas para descubrir esas consecuencias y, con ellas, la importancia primordial
del principio.
Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se
tendrá que averiguar si los modos de expresión que se basan en signos
enteramente naturales —como la pantomima— le pertenecen de derecho.
Suponiendo que la semiología los acoja, su principal objetivo no
por eso dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del
94 Las onomatopeyas
signo. En efecto, todo medio de expresión recibido de una sociedad se
apoya en principio en un hábito colectivo o, lo que viene a ser lo mismo, en
la convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia
de cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su
emperador prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos
fijados por una regla; esa regla es la que obliga a emplearlos, no su valor
intrínseco. Se puede, pues, decir que los signos enteramente arbitrarios
son los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso
la lengua, el más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión,
es también el más característico de todos; en este sentido la lingüística
puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la
lengua no sea más que un sistema particular.
Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico,
o, más exactamente, lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay
inconvenientes para admitirlo, justamente a causa de nuestro primer
principio. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamente arbitrario;
no está vacío: hay un rudimento de vínculo natural entre el significante
y el significado. El símbolo de la justicia, la balanza, no podría
reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro, por ejemplo.
La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar
idea de que el significante depende de la libre elección del hablante (ya
veremos luego que no está en manos del individuo el cambiar nada en un
signo una vez establecido por un grupo lingüístico); queremos decir que
es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual
no guarda en la realidad ningún lazo natural.
Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este
primer principio:
1a Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la
elección del significante no siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas
nunca son elementos orgánicos de un sistema lingüístico. Su número es,
por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Palabras francesas como
fouet 'látigo' o glas 'doblar de campanas' pueden impresionar a ciertos
oídos por una sonoridad sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter
desde su origen, basta recordar sus formas latinas (fouet deriva de fāgus
'haya', glas es classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o, mejor,
la que se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.
En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac,
etc.), no solamente son escasas, sino que su elección ya es arbitraria en
cierta medida, porque no son más que la imitación aproximada y ya medio
Carácter lineal del significante 95
convencional de ciertos ruidos (cfr. francés ouaoua y alemán wauwau,
español guau guau) 1
. Además, una vez introducidas en la lengua, quedan
más o menos engranadas en la evolución fonética, morfológica, etc., que
sufren las otras palabras (cfr. pigeon, del latín vulgar pīpiō, derivado de
una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo de su carácter
primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.
2a Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan
lugar a observaciones análogas y no son más peligrosas para nuestra
tesis. Se tiene la tentación de ver en ellas expresiones espontáneas de la
realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero para la mayor parte de
ellas se puede negar que haya un vínculo necesario entre el significado y
el significante. Basta con comparar dos lenguas en este terreno para ver
cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma (por ejemplo, al francés
aïe!, esp. ¡ay!, corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que muchas
exclamaciones comenzaron por ser palabras con sentido determinado
(cfr. fr. diable!, mordieu! = mort Dieu, etcétera).
En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia
secundaria, y su origen simbólico es en parte dudoso.
§ 3. SEGUNDO PRINCIPIO: CARÁCTER LINEAL DEL SIGNIFICANTE
El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el
tiempo únicamente y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa
una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión;
es una línea.
Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado
el enunciarlo, sin duda porque se le ha encontrado demasiado simple; sin
embargo, es fundamental y sus consecuencias son incalculables: su importancia
es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo de la lengua
depende de ese hecho (ver pág. 147). Por oposición a los significantes
visuales (señales marítimas, por ejemplo), que pueden ofrecer complicaciones
simultáneas en varias dimensiones, los significantes acústicos no
disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno
tras otro; forman una cadena. Este carácter se destaca inmediatamente
cuando los representamos por medio de la escritura, en donde la sucesión
en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.
1
[Nuestro sentido onomatopéyico reproduce el canto del gallo con quiquiriquí, el de
los franceses coquerico (kókrikói, el de los ingleses cock-a-doodle-do. A.A.)
96 Carácter lineal del significante
En ciertos casos, no se nos aparece con evidencia. Si, por ejemplo,
acentúo una sílaba, parecería que acumulo en un mismo punto elementos
significativos diferentes. Pero es una ilusión; la sílaba y su acento no constituyen
más que un acto fonatorio; no hay dualidad en el interior de este
acto, sino tan sólo oposiciones diversas con lo que está a su lado (ver sobre
esto pág. 154 y sig.).
CAPÍTULO II
INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO
§ 1. INMUTABILIDAD
Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como
elegido libremente, en cambio, con relación a la comunidad lingüística que
lo emplea, no es libre, es impuesto. A la masa social no se le consulta ni el
significante elegido por la lengua podría tampoco ser reemplazado por
otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse
familiarmente la carta forzada. Se dice a la lengua «elige», pero añadiendo:
«será ese signo y no otro alguno». No solamente es verdad que, de
proponérselo, un individuo sería incapaz de modificar en un ápice la elección
ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre
una sola palabra; la masa está atada a la lengua tal cual es.
La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y
justamente en este aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés
de estudio; pues si se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad
es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la
lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.
Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de
nuestra voluntad, y saquemos luego las consecuencias importantes que se
derivan de tal fenómeno.
En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece
la lengua como una herencia de la época precedente. El acto por el cual,
en un momento dado, fueran los nombres distribuidos entre las cosas, el
acto de establecer un contrato entre los conceptos y las imágenes acústicas,
es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado.
La idea de que así es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por
nuestro sentimiento tan vivo de lo arbitrario del signo.
De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de
otro modo que como un producto heredado de las generaciones precedentes
y que hay que tomar tal cual es. Ésta es la razón de que la cuestión del
origen del lenguaje no tenga la importancia que se le atribuye generalmente.
Ni siquiera es cuestión que se deba plantear; el único objeto
real de la lingüística es la vida normal y recular de una lengua ya consti-
98 Inmutabilidad del signo
tuida. Un estado de lengua dado siempre es el producto de factores histó-
ricos, y esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable,
es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.
Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va
más lejos. ¿No se pueden modificar de un momento a otro leyes existentes
y heredadas?
Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear
la cuestión como se plantearía para las otras instituciones sociales.
¿Cómo se transmiten las instituciones? He aquí la cuestión más general que
envuelve la de la inmutabilidad. Tenemos, primero, que apreciar el más o
el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos
entonces que para cada una de ellas hay un balanceo diferente entre la
tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. En seguida estudiaremos
por qué, en una categoría dada, los factores del orden primero son
más o menos poderosos que los del otro. Por último, volviendo a la lengua,
nos preguntamos por qué el factor histórico de la transmisión la domina
enteramente excluyendo todo cambio lingüístico general y súbito.
Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos
y decir, por ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están
ligadas a la sucesión de generaciones que, lejos de superponerse unas a
otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se interpenetran, y cada
una contiene individuos de todas las edades. Habrá que recordar la suma
de esfuerzos que exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a
la conclusión de la imposibilidad de un cambio general. Se añadirá que la
reflexión no interviene en la práctica de un idioma; que los sujetos son, en
gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si no se dan cuenta
de ellas ¿cómo van a poder modificarlas? Y aunque fueran conscientes,
tendríamos que recordar que los hechos lingüísticos apenas provocan la
crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente satisfecho de
la lengua que ha recibido.
Estas consideraciones son importantes, pero no son específicas; preferimos
las siguientes, más esenciales, más directas, de las cuales dependen
todas las otras.
1. El carácter arbitrario del signo. — Ya hemos visto cómo el carácter
arbitrario del signo nos obligaba a admitir la posibilidad teórica del
cambio; y si profundizamos, veremos que de hecho lo arbitrario mismo del
signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla.
La masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla.
Pues para que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una
norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la forma monogámica
La ley de la tradición 99
del matrimonio es más razonable que la poligámica y hacer valer las razones
para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos,
porque el símbolo guarda una relación racional con la cosa significada (ver
pág. 94): pero en cuanto a la lengua, sistema de signos arbitrarios, esa
base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay
motivo alguno para preferir soeur a sister o a hermana, Ochs a boeuf o a
buey, etcétera.
2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier len
gua. — Las repercusiones de este hecho son considerables. Un sistema de
escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede en rigor reempla
zarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si encerrara un número
limitado de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.
3. El carácter demasiado complejo del sistema. — Una lengua cons
tituye un sistema. Si, como luego veremos, éste es el lado por el cual la
lengua no es completamente arbitraria y donde impera una razón relati
va, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de la
masa para transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo, y
no se le puede comprender más que por la reflexión; hasta los que hacen
de él un uso cotidiano lo ignoran profundamente. No se podría concebir un
cambio semejante más que con la intervención de especialistas, gramáti
cos, lógicos, etc.; pero la experiencia demuestra que hasta ahora las inje
rencias de esta índole no han tenido éxito alguno.
4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüís
tica. — La lengua —y esta consideración prevalece sobre todas las de
más— es en cada instante tarea de todo el mundo; extendida por una
masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que todos los indivi
duos se sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede
establecer ninguna comparación entre ella y las otras instituciones. Las
prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales maríti
mas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y
durante un tiempo limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual parti
cipa en todo tiempo, y por eso la lengua sufre sin cesar la influencia de
todos. Este hecho capital basta para mostrar la imposibilidad de una revo
lución. La lengua es de todas las instituciones sociales la que menos presa
ofrece a las iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa
social, y la masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante todo como un
factor de conservación.
Sin embargo, no basta con decir que la lengua es un producto de
fuerzas sociales para que se vea claramente que no es libre; acordándonos
de que siempre es herencia de una época precedente, hay que añadir que
100 Continuidad de la mutación
esas fuerzas sociales actúan en función del tiempo. Si la lengua tiene carácter
de fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colectividad,
sino también porque está situada en el tiempo. Estos dos
hechos son inseparables. En todo instante la solidaridad con el pasado
pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y perro porque
antes que nosotros se ha dicho hombre y perro. Eso no impide que
haya en el fenómeno total un vínculo entre esos dos factores antinómicos:
la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la elección, y el
tiempo, gracias al cual la elección se halla ya fijada. Precisamente porque
el signo es arbitrario no conoce otra ley que la de la tradición, y precisamente
por fundarse en la tradición puede ser arbitrario.
§ 2. MUTABILIDAD
El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto,
en apariencia contradictorio con el primero: el de alterar más o menos
rápidamente los signos lingüísticos, de modo que, en cierto sentido, se
puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del
signo1
.
En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones
de alterarse porque se continúa. Lo que domina en toda alteración
es la persistencia de la materia vieja; la infidelidad al pasado sólo es
relativa. Por eso el principio de alteración se funda en el principio de
continuidad.
La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las
cuales daría materia para un importante capítulo de lingüística. Sin
entrar en detalles, he aquí lo más importante de destacar. Por de pronto
no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la palabra alteración.
Esta palabra podría hacer creer que se trata especialmente de cambios
fonéticos sufridos por el significante, o bien de cambios de sentido que
atañen al concepto significado. Tal perspectiva sería insuficiente. Sean
cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combinados,
siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado
y el significante.
Veamos algunos ejemplos. El latín necāre 'matar' se ha hecho en
1 Seria injusto reprochar a F. de Saussure el ser inconsecuente o paradójico por
atribuir a la lengua dos cualidades contradictorias. Por la oposición de los términos que
hieran la imaginación, F. de Saussure quiso solamente subrayar esta verdad: que la lengua
se transforma sin que los sujetos hablantes puedan transformarla. Se puede decir también
que la lengua es intangible, pero no inalterable. (B. y S.)
Desplazamiento del vínculo 101
francés noyer 'ahogar' y en español anegar. Han cambiado tanto la imagen
acústica como el concepto; pero es inútil distinguir las dos partes del
fenómeno; basta con consignar globalmente que el vínculo entre la idea y
el signo se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.
Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés
noyer, se le opone a necāre del latín vulgar de los siglos iv o v, ya con la
significación de 'ahogar', el caso es un poco diferente; pero también aquí,
aunque no haya alteración apreciable del significante, hay desplazamiento
de la relación entre idea y signo.
El antiguo alemán dritteil 'el tercio' se ha hecho en alemán moderno
Drittel. En este caso, aunque el concepto no se haya alterado, la relación
se ha cambiado de dos maneras: el significante se ha modificado no sólo en
su aspecto material, sino también en su forma gramatical; ya no implica
la idea de Teil 'parte'; ya es una palabra simple. De una manera o de otra,
siempre hay desplazamiento de la relación.
En anglosajón la forma preliteraria fōt 'pie' siguió siendo fōt (inglés
moderno foot), mientras que su plural *fōti 'pies' se hizo fēt (inglés moderno
feet). Sean cuales fueren las alteraciones que supone, una cosa es
cierta: ha habido desplazamiento de la relación: han surgido otras correspondencia;
entre la materia fónica y la idea.
Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores
que desplazan minuto tras minuto la relación entre significado y significante.
Es una de las consecuencias de lo arbitrario del signo.
Las otras instituciones humanas —las costumbres, las leyes, etc.—
están todas fundadas, en grados diversos, en la relación natural entre las
cosas; en ellas hay una acomodación necesaria entre los medios empleados
y los fines perseguidos. Ni siquiera la moda que fija nuestra manera de
vestir es enteramente arbitraria; no se puede apartar más allá de ciertos
límites de las condiciones dictadas por el cuerpo humano. La lengua, por
el contrario, no está limitada por nada en la elección de sus medios, pues
no se adivina qué sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con
una secuencia cualquiera de sonidos.
Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha
insistido con toda razón en el carácter arbitrario de los signos; y con
eso ha situado la lingüística en su eje verdadero. Pero Whitney no llegó
hasta el fin y no vio que ese carácter arbitrario separa radicalmente a la
lengua de todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que
la lengua evoluciona; nada tan complejo: situada a la vez en la masa social
y en el tiempo, nadie puede cambiar nada en ella; y, por otra parte, lo
102 La evolución es fatal
arbitrario de sus signos implica teóricamente la libertad de establecer
cualquier posible relación entre la materia fónica y las ideas. De aquí resulta
que cada uno de esos dos elementos unidos en los signos guardan su
vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y que la
lengua se altera, o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agentes
que puedan alcanzar sea a los sonidos sea a los significados. Esta evolución
es fatal; no hay un solo ejemplo de lengua que la resista. Al cabo de
cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos sensibles.
Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las
lenguas artificiales. El hombre que construya una de estas lenguas artificiales
la tiene a su merced mientras no se ponga en circulación; pero desde
el momento en que la tal lengua se ponga a cumplir su misión y se convierta
en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El esperanto es un
ensayo de esta clase; si triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer
momento, la lengua entrará probablemente en su vida semiológica; se
transmitirá según leyes que nada tienen de común con las de la creación
reflexiva y ya no se podrá retroceder. El hombre que pretendiera construir
una lengua inmutable que la posteridad debería aceptar tal cual la
recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de pato: la lengua
construida por él sería arrastrada quieras que no por la corriente que
abarca a todas las lenguas.
La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el
tiempo, es un principio de semiología general; y su confirmación se encuentra
en los sistemas de escritura, en el lenguaje de los sordomudos,
etcétera.
Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche
no haber sido tan explícitos sobre este punto como sobre el principio de la
inmutabilidad; es que no hemos distinguido los diferentes factores de la
alteración, y tendríamos que contemplarlos en su variedad para saber
hasta qué punto son necesarios.
Las causas de la continuidad están a priori al alcance del observador;
no pasa lo mismo con las causas de alteración a través del tiempo. Vale
más renunciar provisionalmente a dar cuenta cabal de ellas y limitarse a
hablar en general del desplazamiento de relaciones; el tiempo altera todas
las cosas; no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal.
Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a
los principios establecidos en la Introducción.
1° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por
distinguir, en el seno del fenómeno total que representa el lenguaje, dos
factores: la lengua y el habla. La lengua es para nosotros el lenguaje
La masa social y el tiempo 103
menos el habla. La lengua es el conjunto de los hábitos lingüísticos que
permiten a un sujeto comprender y hacerse comprender.
2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad
social, y hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los
aspectos de la realidad, el aspecto individual; hace falta una masa parlante
para que haya una lengua. Contra toda apariencia, en momento alguno
existe la lengua fuera del hecho social, porque es un fenómeno semiológico.
Su naturaleza social es uno de sus caracteres internos; su definición
completa nos coloca ante dos cosas inseparables, como lo muestra el
esquema siguiente:
Pera en estas condiciones la lengua es viable, no viviente; no hemos
tenido en cuenta más que la realidad social, no el hecho histórico.
3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua,
así definida, es un sistema libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente
de un principio racional. Su carácter social, considerado en sí
mismo, no se opone precisamente a este punto de vista. Sin duda la psicología
colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; haría falta
tener en cuenta todo cuanto hace torcer la razón en las relaciones prácticas
entre individuo e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo que nos
impide ver la lengua como una simple convención, modifícable a voluntad
de los interesados: es la acción del tiempo, que se combina con la de la
fuerza social; fuera del tiempo, la realidad lingüística no es completa y
ninguna conclusión es posible.
Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante —supongamos
un individuo aislado que viviera durante siglos— probablemente no
se registraría ninguna alteración; el tiempo no actuaría sobre ella. Inversamente,
si se considerara la masa parlante sin el tiempo no se vería el
efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua. Para estar en la realidad
104 Mutabilidad del signo
hace falta, pues, añadir a nuestro primer esquema un signo que indique la
marcha del tiempo:
Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas
sociales que actúan en ella desarrollar sus efectos, y se llega al principio
de continuidad que anula a la libertad. Pero la continuidad implica
necesariamente la alteración, el desplazamiento más o menos considerable
de las relaciones.
CAPÍTULO III
LA LINGÜÍSTICA ESTÁTICA Y LA LINGÜÍSTICA
EVOLUTIVA
§ 1. DUALIDAD INTERNA DE TODAS LAS CIENCIAS QUE OPERAN CON
VALORES
Pocos lingüistas se dan cuenta de que la intervención del factor tiempo
es capaz de crear a la lingüística dificultades particulares y de que
coloca a su ciencia ante dos rutas absolutamente divergentes.
La mayoría de las otras ciencias ignoran esta dualidad radical; el
tiempo no produce en ellas efectos particulares. La astronomía ha señalado
que los astros sufren notables cambios, pero con eso no se ha creído
obligada a escindirse en dos disciplinas. La geología razona casi constantemente
sobre sucesiones; pero cuando llega a ocuparse de los estados
fijos de la tierra no hace de ello un objeto de estudio radicalmente distinto.
Hay una ciencia descriptiva del derecho y una historia del derecho;
nadie las opone. La historia política de los Estados se mueve enteramente
en el tiempo; sin embargo, si un historiador hace el cuadro de una época
no tenemos la impresión de salirnos de la historia. Inversamente, la ciencia
de las instituciones políticas es esencialmente descriptiva, pero puede
muy bien en ocasiones tratar una cuestión histórica sin que su unidad se
vea dañada.
Por el contrario, la dualidad de que venimos hablando se impone ya
imperiosamente a las ciencias económicas. Aquí, en oposición a lo que
ocurre en los casos precedentes, la economía política y la historia económica
constituyen dos disciplinas netamente separadas en el seno de una misma
ciencia; las obras aparecidas recientemente sobre estas materias acentúan
la distinción. Procediendo así se obedece, sin darse uno cuenta cabal, a
una necesidad interior: pues bien, es una necesidad muy semejante la que
nos obliga a escindir la lingüística en dos partes, cada una con su principio
propio. Y es que aquí, como en economía política, estamos ante la noción
de valor, en las dos ciencias se trata de un sistema de equivalencia entre
cosas de órdenes diferentes: en una, un trabajo y un salario, en la otra, un
significado y un significante.
Verdad que todas las ciencias debieran interesarse por señalar más
escrupulosamente los ejes sobre que están situadas las cosas de que se
106 Ciencia de valores
ocupan; habría que distinguir en todas según la figura siguiente: 1° eje de
simultaneidades (AB), que concierne a las
relaciones entre cosas coexistentes, de donde está
excluida toda intervención del tiempo, y 2° eje de
sucesiones (CD), en el cual nunca se puede
considerar más que una cosa cada vez, pero donde
están situadas todas las cosas del primer eje con
sus cambios respectivos.
Para las ciencias que trabajan con valores esta distinción es una necesidad
práctica y, en ciertos casos, una necesidad absoluta. En este terreno
se puede desafiar a los científicos a que no podrán organizar sus
investigaciones de una manera rigurosa si no tienen en cuenta los dos
ejes, si no distinguen entre el sistema de valores considerados en sí y esos
mismos valores considerados en función del tiempo.
Al lingüista es a quien se impone esta distinción más imperiosamente,
pues la lengua es un sistema de puros valores que nada determina
fuera del estado momentáneo de sus términos. Mientras un valor tenga
por uno de sus lados la raíz en las cosas y en sus relaciones naturales
(como es el caso en la ciencia económica: por ejemplo, un campo vale en
proporción a lo que produce), se puede hasta cierto punto seguirlo en el
tiempo, aunque sin olvidar nunca que a cada momento depende de un
sistema de valores contemporáneos. Su vinculación con las cosas le da a
pesar de todo una base natural, y por eso las apreciaciones que se le apliquen
nunca son completamente arbitrarias; su variabilidad es limitada.
Pero ya hemos visto que en lingüística los datos naturales no tienen puesto
alguno.
Añadamos que cuanto más complejo y rigurosamente organizado sea
un sistema de valores, más necesario es, por su complejidad misma, estudiarlo
sucesivamente según sus dos ejes. Y ningún sistema llega en complejidad
a igualarse con la lengua: en ninguna parte se advierte una equivalente
precisión de valores en juego, un número tan grande y tal diversidad
de términos en dependencia recíproca tan estricta. La multiplicidad
de signos, ya invocada para explicar la continuidad de la lengua, nos prohibe
en absoluto estudiar simultáneamente sus relaciones en el tiempo y
sus relaciones en el sistema. He ahí la razón de que distingamos dos lingüísticas.
¿Cómo las llamaremos? Los términos que se ofrecen no son
apropiados por igual para señalar la distinción. Así historia y «lingüística
histórica» no son utilizables, porque evocan ideas demasiado vagas;
como la historia política comprende tanto la descripción de épocas como la
narración de los acontecimientos, podría imaginarse que al describir esta-
Sincronía y diacronia 107
dos de lengua sucesivos se estudia la lengua según el eje del tiempo; para
eso habría que encarar separadamente los fenómenos que hacen pasar a la
lengua de un estado a otro. Los términos evolución y lingüística evolutiva
son más precisos, y nosotros los emplearemos con frecuencia; por oposición
se puede hablar de la ciencia de los estados de lengua o de lingüística
estática.
Pero para señalar mejor esta oposición y este cruzamiento de dos
órdenes de fenómenos relativos al mismo objeto, preferimos hablar de
lingüística sincrónica y de lingüística diacrónica. Es sincrónico todo
lo que se refiere al aspecto estático de nuestra ciencia, y diacrónico todo lo
que se relaciona con las evoluciones. Del mismo modo sincronía y diacronia
designarán respectivamente un estado de lengua y una fase de
evolución.
§ 2. LA DUALIDAD INTERNA Y LA HISTORIA DE LA LINGÜÍSTICA
Lo primero que sorprende cuando se estudian los hechos de lengua es
que para el sujeto hablante su sucesión en el tiempo es inexistente: el
hablante está ante un estado. Así el lingüista que quiere comprender ese
estado tiene que hacer tabla rasa de todo lo que lo ha producido y desentenderse
de la diacronia. Nunca podrá entrar en la conciencia de los sujetos
hablantes más que suprimiendo el pasado. La intervención de la historia
sólo puede falsear su juicio. Sería absurdo dibujar un panorama de los
Alpes tomándolo simultáneamente desde varias cumbres del Jura; un
panorama tiene que trazarse desde un solo punto. Lo mismo para la lengua:
no se puede ni describirla ni fijarle normas para el uso más que colocándose
el lingüista en un estado determinado. Cuando el lingüista sigue
la evolución de la lengua, se parece al observador en movimiento que va
de un extremo al otro del Jura para anotar los desplazamientos de la perspectiva.
Desde que existe la lingüística moderna se puede decir que ha estado
totalmente absorbida en la diacronia. La gramática comparada del indoeuropeo
utiliza los datos que tiene a mano para reconstruir hipotéticamente
un tipo de lengua precedente; la comparación no es para ella más
que un medio de reconstruir el pasado. El método es idéntico en el estudio
particular de los subgrupos (lenguas románicas, lenguas germánicas,
etc.); los estados sólo intervienen por fragmentos y de manera muy imperfecta.
Tal es la tendencia inaugurada por Bopp; también su concepción
de la lengua es híbrida y vacilante.
Por otra parte ¿cómo han procedido los que han estudiado la lengua
108 La gramática y la lingüística
antes de la fundación de los estudios lingüísticos, esto es, los «gramáticos»
inspirados por los métodos tradicionales? Es curioso comprobar que
su punto de vista, en la cuestión que nos ocupa, es rigurosamente irreprochable.
Sus trabajos nos muestran claramente que lo que quieren es
describir estados; su programa es estrictamente sincrónico. Así la gramá-
tica de Port-Royal intenta describir el estado del francés en tiempos de
Luis XIV y determinar sus valores. Para eso no tiene necesidad de la lengua
medieval, sino que sigue fielmente el eje horizontal (ver pág. 105 y sig.)
sin desviarse jamás de él; ese método es, pues, justo, lo cual no quiere
decir que su aplicación sea perfecta. La gramática tradicional ignora partes
enteras de la lengua, por ejemplo, la formación de palabras; es normativa
y cree deber promulgar reglas en lugar de consignar hechos; le faltan
las vistas de conjunto; hasta confunde con frecuencia la palabra escrita
con la palabra hablada, etcétera.
Se ha reprochado a la gramática clásica el no ser científica; sin embargo,
su base es menos criticable y su objeto mejor definido que los de la
lingüística inaugurada por Bopp. Esta lingüística, al situarse en un
terreno mal deslindado, no sabe bien hacia qué fines tiende. Cabalga sobre
dos dominios, por no haber sabido distinguir bien entre los estados y
las sucesiones.
Después de conceder lugar excesivo a la historia, la lingüística volverá
al punto de vista estático de la gramática tradicional, pero con espí-
ritu nuevo y con otros procedimientos, y el método histórico habrá contribuido
a ese rejuvenecimiento; el método histórico, por contragolpe, será
el que haga comprender mejor los estados de lengua. La vieja gramática
no veía más que el hecho sincrónico; la lingüística nos ha revelado un
nuevo orden de fenómenos; pero eso no basta; hace falta hacer sentir la
oposición de los dos órdenes para sacar todas las consecuencias que
tal oposición comporta.
§ 3. LA DUALIDAD INTERNA ILUSTRADA CON EJEMPLOS
La oposición entre los dos puntos de vista —sincrónico y diacrónico—
es absoluta y no tolera componendas. Algunos hechos mostrarán en
qué consiste esa diferencia y por qué es irreducible.
El latín crispus, 'ondulado, rizado, crespo', ha dado al francés un
radical crép- de donde han salido los verbos crépir 'revocar' (una pared) y
décrépir 'quitar el revoque'. Por otra parte, en un momento dado, se ha
tomado del latín la palabra dēcrepitus 'gastado por la edad', cuya etimología
se ignora, y se ha hecho décrépit. Pues bien, es seguro que hoy la
Ejemplo 109
masa de los sujetos hablantes establece una conexión entre «un mur
décrépi» y «un homme décrépit», aunque históricamente estas dos palabras
no tienen que ver una con otra; y se suele hablar de la fachada «décrépite»
de una casa 1
. Y es un hecho estático, puesto que se trata de una conexión
entre dos términos coexistentes en la lengua. Para que se produjera ha
sido necesario el concurso de ciertos fenómenos de evolución; ha sido necesario
que crisp- llegara a pronunciarse crép-, y que en un momento dado
entrara una nueva palabra latina: esos hechos diacrónicos —ya se ve
bien— ninguna relación guardan con el hecho estático que han producido;
son de orden diferente.
Veamos otro ejemplo, de alcance general. En antiguo alto alemán el
plural de gast 'huésped' fue primero gasti, el de hant 'mano', hanti, etc.
Más tarde esa -i produjo una metafonía (Umlaut), es decir, tuvo el efecto
de cambiar la a en e en la sílaba precedente: gasti —> gesti, hanti —> henti.
Luego la -i perdió su timbre peculiar, de donde gesti —> geste, etc. En
consecuencia, hoy tenemos Gast : Gäste, Hand : Häde, y una clase entera
de palabras presenta la misma diferencia entre el singular y el plural. Un
hecho parecido se produjo en el anglosajón: primero se tenía fōt 'pie',
plural *foti; tōp 'diente', plural *tōpi; gōs 'oca', plural *gōsi, etc.; después,
por un primer cambio fonético, la metafonía, *fōti se hizo fēti, y por
un segundo cambio, la caída de la -i final, *fēti dio fēt; desde entonces
fōt tiene como plural fēt; tōp, tēp; gōs, gēs (inglés moderno foot :feet,
tooth : teeth, goose : geese).
Anteriormente, cuando se decía gast : gasti, fōt :fōti, el plural estaba
señalado por la simple añadidura de una -i; Gast : Gäste y fōt :fēt muestran
un mecanismo nuevo para señalar el plural. Ese mecanismo no es el mismo
en los dos casos: en antiguo inglés hay solamente oposición de vocales;
en alemán, además, la presencia o ausencia de la final -e; pero esta diferencia
no tiene aquí importancia.
La relación entre un singular y su plural, sean cuales fueren las formas,
puede expresarse en todo momento por un eje horizontal:
1 [Un ejemplo español paralelo: el latín glattire perduró en nuestro idioma por
ininterrumpida tradición oral hasta adoptar la forma actual latir. En la época de los humanistas
se puso en circulación el latinismo latente, acomodando ligeramente el participio
laten s, latentis (acus. latentem ) del verbo lateo, latēre, que significa 'estar
escondido' o 'estarse escondiendo'; el participio era muy usado por los escritores latinos
figuradamente con el sentido de 'encubierto, secreto, misterioso, solapado, en acecho', que
es el que tomaron nuestros humanistas y el que ha perdurado en la lengua general de los
escritores. Pero entre nosotros se ha cumplido un cruce de sentidos equiparables al de
décrépi + décrépit. Las gentes asocian latente con latir, y en los diarios y conferencias se
lee y oye «un entusiasmo latente», «un amor latente», con el sentido de 'ardoroso', 'de corazón
palpitante', 'latiente'. A. A.]
Nuestro ejemplo-tipo sugiere buen número de reflexiones que entran
directamente en nuestro tema:
1° Esos hechos diacrónicos en manera alguna tienen por finalidad
señalar un valor con otro signo: el hecho de que gasti haya dado gesti,
geste (Gäste) nada tiene que ver con el plural de los sustantivos; en
tragit —> trägt, la misma metafonía afecta a la flexión verbal, y así sucesivamente.
Por consiguiente, un hecho diacrónico es un suceso que tiene
su razón de ser en sí mismo: las consecuencias sincrónicas particulares
que se puedan derivar le son completamente ajenas.
2° Esos hechos diacrónicos no tienden siquiera a cambiar el sistema.
No se ha querido pasar de un sistema de relaciones a otro; la modificación
no recae sobre la ordenación, sino sobre los elementos ordenados.
Aquí nos volvemos a encontrar con un principio ya enunciado: el sistema
no se modifica directamente nunca; en sí mismo, el sistema es inmutable;
sólo sufren alteración ciertos elementos, sin atención a la solidaridad
que los ata al conjunto. Es como si uno de los planetas que gravitan
hacia el sol cambiara de dimensión y de peso; tal hecho aislado entrañaría
consecuencias generales y trastornaría el equilibrio del sistema solar entero.
Para expresar el plural, hace falta la oposición de dos términos: o
bien fōt : *fōti. En cada estado el espíritu se insufla en una materia dada y
pero se ha pasado del uno al otro, por decirlo así, sin darse cuenta de ello;
no es el conjunto el desplazado, ni que un sistema haya engendrado otro,
sino que un elemento del primero ha cambiado, y eso basta para hacer
nacer otro sistema.
3" Esta observación nos permite comprender mejor el carácter siempre
fortuito de un estado. Contra la idea falsa que nos gustaba hacernos,
la lengua no es un mecanismo creado y dispuesto con miras a expresar
conceptos. Por el contrario, vemos que el estado resultante del cambio no
estaba destinado a señalar las significaciones de que se impregna. Se tiene
un estado fortuito: fōt :fēt, y se le aprovecha para hacerlo portador de la
distinción entre singular y plural; fōt :fēt no está mejor hecho para eso
que fōt : *fōti. En cada estado el espíritu se insufla en una materia dada y
110 Diacronia y sincronía
Los hechos, sean cuales fueren, que hayan provocado el paso de una
forma a la otra, serán por el contrario colocados en un eje vertical, lo cual
da ya la siguiente figura total:
Lo diacrónico y lo sincrónico 111
la vivifica. Esta perspectiva, que nos ha sido inspirada por la lingüística
histórica, es desconocida de la gramática tradicional, que no la habría
podido nunca adquirir por sus propios métodos. La mayor parte de los filósofos
de la lengua la ignoran igualmente. Y sin embargo no hay nada
más importante desde el punto de vista filosófico.
4° ¿Los hechos que pertenecen a la serie diacrónica son por lo menos
del mismo orden que los de la serie sincrónica? De ninguna manera, pues
ya hemos establecido que los cambios se producen fuera de toda intención.
Por el contrario, el hecho sincrónico es siempre significativo: siempre
pone en relación dos términos simultáneos; no es Gaste por sí solo lo
que expresa el plural, sino la oposición Gast : Gäste. En el hecho diacró-
nico, al revés: no interesa más que un término, y para que aparezca una
forma nueva (Gaste) es necesario que la antigua (gasti) le ceda su puesto.
Querer reunir en la misma disciplina hechos tan dispares sería, pues,
una empresa quimérica. En la perspectiva diacrónica nos ocupamos de
fenómenos que no tienen relación alguna con los sistemas, a pesar de que
los condicionan. He aquí otros ejemplos que confirmarán y completarán
las conclusiones sacadas de los primeros.
En francés el acento siempre está en la última sílaba, a menos que la
sílaba final tenga una e muda (∂). Éste es un hecho sincrónico, una conexión
entre el conjunto de las palabras francesas y el acento. ¿De dónde
deriva? De un estado anterior. El latín tenía un sistema acentual diferente
y más complicado: el acento estaba en la sílaba penúltima si era larga, y en
la antepenúltima si breve (amīcus, ánĭma). Esta ley evoca relaciones
que no tienen la menor analogía con la ley francesa. Sin duda es el mismo
acento, en el sentido de que ha quedado en el mismo lugar; en las palabras
francesas el acento está siempre en las mismas sílabas que lo tenían en
latín: amīcum --> ami, ánima --> âme. Sin embargo, las dos formas son
diferentes en los dos momentos, porque la forma de las palabras ha cambiado.
Ya sabemos que todo lo que había después del acento, o ha desaparecido
o se ha reducido a e muda. Como consecuencia de esa alteración de
la palabra, la posición del acento no ha sido ya la misma con relación al
conjunto; desde entonces los sujetos hablantes, conscientes de esta nueva
relación, han puesto instintivamente el acento en la sílaba final, hasta en
los préstamos transmitidos por la escritura (facile, consul, ticket, burgrave,
etc.). Es evidente que no se ha querido cambiar el sistema, aplicar una
nueva fórmula, puesto que en una palabra como amīcum —> ami el acento
ha permanecido siempre en la misma sílaba; pero se ha interpuesto un
hecho diacrónico, y el lugar del acento se ha visto cambiado sin que se le
tocara. Una ley de acento, como todo lo que se refiere al sistema lingüís-
112 Comparaciones
tico, es una disposición de términos, un resultado fortuito e involuntario
de la evolución.
Veamos un caso todavía más sorprendente. En paleoeslavo, slovo
'palabra' es en el caso instrumental singular slovem, en el nominativo
plural slova, en el genitivo plural slov, etc.; en esta declinación cada caso
tiene su desinencia. Pero hoy las vocales «débiles» y , representantes
eslavas de ǐ y ǔ indoeuropeas, han desaparecido; y de ahí resulta en checo,
por ejemplo, slovo, slovem, slova, slov; y lo mismo žena 'mujer',
acusativo singular ženu, nom. pl. ženy, gen. pl. žen. Aquí el genitivo
(slov, žen) tiene por exponente cero. Se ve, pues, que no es necesario
un signo material para expresar una idea: la lengua puede contentarse
con la oposición de cierta cosa con nada; aquí, por ejemplo, se reconoce
el genitivo del plural žen simplemente en que no es ni žena ni ženu,
ni ninguna de las otras formas. Parece extraño a primera vista que una
idea tan particular como la del genitivo plural haya tomado el signo cero;
pero eso es justamente la prueba de que todo se debe a un puro accidente.
La lengua es un mecanismo que continúa funcionando a pesar de los deterioros
que se le causan.
Esto confirma los principios ya formulados y que resumimos así:
La lengua es un sistema en el que todas las partes pueden y deben
considerarse en su solidaridad sincrónica.
Como las alteraciones jamás se hacen sobre el bloque del sistema,
sino sobre uno u otro de sus elementos, no se pueden estudiar más que
fuera del sistema. Sin duda, cada alteración tiene su repercusión en el sistema;
pero el hecho inicial ha afectado a un punto solamente; no hay relación
íntima alguna con las consecuencias que se puedan derivar para el
conjunto. Esta diferencia de naturaleza entre términos sucesivos y términos
coexistentes, entre hechos parciales y hechos referentes al sistema,
impide hacer de unos y otros la materia de una sola ciencia.
4. LA DIFERENCIA DE LOS DOS ÓRDENES ILUSTRADA
POR COMPARACIONES
Para mostrar a la vez la autonomía y la interdependencia de lo sincrónico
y de lo diacrónico, se puede comparar lo sincrónico con la proyección
de un cuerpo sobre un plano. En efecto, toda proyección depende
directamente del cuerpo proyectado, y sin embargo es cosa diferente, es
cosa aparte. De lo contrario, no tendríamos toda una ciencia de las proyecciones;
bastaría con considerar los cuerpos mismos. En lingüística hay
la misma relación entre la realidad histórica y un estado de lengua, que es
La lengua y el ajedrez 113
a la realidad histórica como su proyección en un momento dado. Y no ¡legaremos
a conocer los estados sincrónicos estudiando los cuerpos, es decir
los sucesos diacrónicos, de la misma manera que no se obtiene una ¡dea de
las proyecciones geométricas por más que se estudien de cerca las diversas
especies de cuerpos.
Del mismo modo también, si se corta transversalmente el tronco de
un vegetal, se advierte en la superficie de la sección un diseño más o
menos complicado; no es otra cosa que la perspectiva de las fibras longitudinales,
que se podrán percibir practicando otra sección perpendicular a
la primera. También aquí cada una
de las perspectivas depende de la
otra: la sección longitudinal nos
muestra las fibras mismas que
constituyen la planta, y la sección
transversal su agrupación en un
plano particular; pero la segunda
es distinta de la primera, pues ella
permite comprobar entre las fibras
ciertas conexiones que nunca se podrían
percibir en un plano longitudinal.
Pero de entre todas las comparaciones que se podrían imaginar, la
más demostrativa es la que se hace entre el juego de la lengua y una partida
de ajedrez. En ambos juegos estamos en presencia de un sistema
de valores y asistimos a sus modificaciones. Una partida de ajedrez es
como una realización artificial de lo que la lengua nos presenta en forma
natural.
Veámoslo de más cerca.
En primer lugar un estado del juego corresponde enteramente a un
estado de la lengua. El valor respectivo de las piezas depende de su posición
en el tablero, del mismo modo que en la lengua cada término tiene
un valor por su oposición con todos los otros términos.
En segundo lugar, el sistema nunca es más que momentáneo: varía
de posición a posición. Verdad que los valores dependen también, y sobre
todo, de una convención inmutable, la regla de juego, que existe antes de
iniciarse la partida y persiste tras cada jugada. Esta regla admitida una
vez para siempre existe también en la lengua: son los principios constantes
de la semiología.
Por último, para pasar de un equilibrio a otro, o —según nuestra
terminología— de una sincronía a otra, basta el movimiento y cambio de
114 El ajedrez y la lengua
un solo trebejo: no hay mudanza general. Y aquí tenemos el paralelo del
hecho diacrónico con todas sus particularidades. En efecto:
a) Cada jugada de ajedrez no pone en movimiento más que una sola
pieza; lo mismo en la lengua, los cambios no se aplican más que a los ele
mentos aislados.
b) A pesar de eso, la jugada tiene repercusión en todo el sistema: es
imposible al jugador prever exactamente los límites de ese efecto. Los
cambios de valores que resulten serán, según la coyuntura, o nulos o muy
graves o de importancia media. Una jugada puede revolucionar el con
junto de la partida y tener consecuencias hasta para las piezas por el mo
mento fuera de cuestión. Ya hemos visto que lo mismo exactamente suce
de en la lengua.
c) El desplazamiento de una pieza es un hecho absolutamente distinto
del equilibrio precedente y del equilibrio subsiguiente. El cambio operado
no pertenece a ninguno de los dos estados: ahora bien, lo único importante
son los estados.
En una partida de ajedrez, cualquier posición que se considere tiene
como carácter singular el estar libertada de sus antecedentes; es totalmente
indiferente que se haya llegado a ella por un camino o por otro;
el que haya seguido toda la partida no tiene la menor ventaja sobre el curioso
que viene a mirar el estado del juego en el momento crítico; para
describir la posición es perfectamente inútil recordar lo que acaba de suceder
diez segundos antes. Todo esto se aplica igualmente a la lengua y
consagra la distinción radical entre lo diacrónico y lo sincrónico. El habla
nunca opera más que sobre un estado de lengua, y los cambios que intervienen
entre los estados no tienen en ellos ningún lugar.
No hay más que un punto en que la comparación falla: el jugador de
ajedrez tiene la intención de ejecutar el movimiento y de modificar el
sistema, mientras que la lengua no premedita nada; sus piezas se desplazan
—o mejor se modifican— espontánea y fortuitamente; la metafonía de
Hände por hanti, de Gaste por gästi (ver pág. 109) produjo una nueva
formación del plural, pero también hizo surgir una forma verbal como
trägt por tragit, etc. Para que la partida de ajedrez se pareciera en todo a
la lengua, sería necesario suponer un jugador inconsciente o ininteligente.
Por lo demás, esta diferencia única hace todavía más instructiva la comparación,
porque muestra la absoluta necesidad de distinguir en lingüística
los dos órdenes de fenómenos. Pues, si los hechos diacrónicos son irreducibles
al sistema sincrónico que condicionan cuando la voluntad preside
un cambio de esta clase, con mayor razón lo serán cuando ponen una
fuerza ciega en lucha con la organización de un sistema de signos.
Lingüística sincrónica y diacrónica 115
§ 5. LAS DOS LINGÜÍSTICAS, OPUESTAS EN SUS MÉTODOS Y
EN SUS PRINCIPIOS
La oposición entre lo diacrónico y lo sincrónico salta a la vista en
todos los puntos.
Por ejemplo —para comenzar por el más evidente— no tienen importancia
igual. En este punto es patente que el aspecto sincrónico prevalece
sobre el otro, ya que para la masa hablante es la verdadera y única realidad
(ver pág. 107). Y también lo es para el lingüista: si el lingüista se sitúa
en la perspectiva diacrónica no será la lengua lo que él perciba, sino una
serie de acontecimientos que la modifican. Se suele decir que nada hay tan
importante como conocer la génesis de un estado dado; y es verdad en
cierto sentido: las condiciones que han formado ese estado aclaran su verdadera
naturaleza y nos libran de ciertas ilusiones (ver pág 109 y sigs.);
pero eso justamente es lo que prueba que la diacronia no tiene su fin en sí
misma. Se puede decir de ella lo que se ha dicho del periodismo: que lleva
a todas partes, a condición de que se le deje a tiempo.
Los métodos de cada orden difieren también, y de dos maneras:
a) La sincronía no conoce más que una perspectiva, la de los sujetos ha
blantes, y todo su método consiste en recoger su testimonio; para saber
en qué medida una cosa es realidad será necesario y suficiente averiguar
en qué medida existe para la conciencia de los sujetos hablantes. La
lingüística diacrónica, por el contrario, debe distinguir dos perspectivas: la
una prospectiva, que siga el curso del tiempo, la otra retrospectiva,
que lo remonte: de ahí un desdoblamiento del método, de que nos ocupa
remos en la Quinta Parte.
b) Otra diferencia resulta de los límites del campo que abarca cada
una de estas dos disciplinas. El estudio sincrónico no tiene por objeto todo
cuanto es simultáneo, sino solamente el conjunto de hechos correspon
dientes a cada lengua; según lo requiere la necesidad, la separación irá
hasta los dialectos y subdialectos. En el fondu el término de sincrónico no
es bastante preciso; debiéramos reemplazarlo por el de idiosincrónico,
un poco largo, en verdad. Por el contrario, la lingüística diacró
nica no sólo no necesita, sino que rechaza una especialización semejante;
los términos que considera no pertenecen forzosamente a una misma len
gua (compárese el indoeuropeo * esti, el griego ésti, el alemán ist, el fran
cés est). Precisamente la sucesión de hechos diacrónicos y su multiplica
ción espacial es lo que crea la diversidad de idiomas. Para justificar una
relación entre dos formas basta que tengan entre sí un vínculo histórico,
por indirecto que sea.
116 Ley sincrónica y ley diacrónica
Estas oposiciones no son las más sorprendentes ni las más profundas:
la antinomia radical entre el hecho evolutivo y el hecho estático tiene
por consecuencia que todas las nociones relativas tanto al uno como al
otro sean irreducibles entre sí en la misma medida. Cualquiera de esas
nociones puede servir para demostrar esta verdad. Y así es como el «fenó-
meno» sincrónico nada tiene en común con el diacrónico (ver pág. 111); el
uno es una relación entre elementos simultáneos, el otro la sustitución de
un elemento por otro en el tiempo, un suceso. Ya veremos también (pág.
132) que las identidades diacrónicas y sincrónicas son dos cosas muy diferentes:
históricamente la negación francesa pas es idéntica al sustantivo
pas 'paso', mientras que, tomados en la lengua de hoy, estos dos elementos
son completamente distintos. Estas consideraciones bastarán para
hacernos comprender la necesidad de no confundir los dos puntos de vista;
pero en ninguna parte se manifiesta tan evidentemente como en la distinción
que vamos a hacer ahora.
§ 6. LEY SINCRÓNICA Y LEY DIACRÓNICA
En lingüística se habla corrientemente de leyes; pero ¿es que los hechos
de la lengua están realmente gobernados por leyes? ¿Y de qué naturaleza
serán esas leyes? Siendo la lengua una institución social, se puede
pensar a priori que está regulada por prescripciones análogas a las que
rigen en las colectividades. Ahora bien, toda ley social tiene dos caracteres
fundamentales: el de ser imperativa y el de ser general; la ley social se
impone, y se extiende a todos los casos, por supuesto con ciertos límites
de tiempo y de lugar.
¿Responden las leyes de la lengua a esta definición? Para saberlo, lo
primero que hay que hacer, según lo que acabamos de decir, es separar
una vez más las esferas de lo sincrónico y de lo diacrónico. Hay dos problemas
que no debemos confundir: hablar de ley lingüística en general es
querer abrazar un fantasma.
Veamos algunos ejemplos tomados del griego, donde las «leyes» de
los dos órdenes están confundidas adrede:
1. Las sonoras aspiradas del indoeuropeo se han hecho sordas aspi
radas: "dhūmos —> thūmós 'soplo de vida', *bherō --> phérō 'llevo',
etc.
2. El acento nunca va más allá de la antepenúltima.
3. Todas las palabras terminan en vocal o en s, n, r, con exclusión de
cualquier otra consonante.
4. La s inicial ante vocal se ha hecho h (espíritu áspero): * septm
(latín septem) —> heptá.
Ley sincrónica y ley diacrónica 117
5. La m final se ha cambiado en n: *jugom —> zugón (cfr. latín
jugum) 1
.
6. Las oclusivas finales se han perdido: *gunaik —> gúnai, *epheret
—> éphere, *epheroni --> épheron.
La primera ley es diacrónica: lo que era dh se ha hecho th, etc. La
segunda expresa una relación entre la unidad de la palabra y el acento,
una especie de contrato entre dos términos coexistentes: es una ley sincrónica.
Lo mismo pasa con la tercera, puesto que concierne a la unidad
de la palabra y a su fin. Las leyes 4, 5 y 6 son diacrónicas: lo que era s se
ha hecho h; -n ha reemplazado a -m; -t, -k, etc., han desaparecido sin
dejar rastro.
Hay que subrayar además que la ley 3a es resultado de las leyes 5a
y
6a
; dos hechos diacrónicos han creado un hecho sincrónico.
Una vez separadas estas dos categorías de leyes, se verá que 2 y 3 no
son de la misma naturaleza que 1, 4, 5 y 6.
La ley sincrónica es general, pero no es imperativa. Sin duda que se
impone a los individuos por la sujeción del uso colectivo (ver pág. 111)
pero no vemos en ello una obligación relativa a los sujetos hablantes. Queremos
decir que en la lengua ninguna fuerza garantiza el mantenimiento
de la regularidad cuando reina en algún punto. La ley sincrónica, simple
expresión de un orden existente, consigna un estado de cosas, y es de la
misma naturaleza de la que consignase que los árboles de un huerto están
dispuestos en tresbolillo. Y el orden que define es precario, precisamente
porque no es imperativo. Así, nada más regular que la ley sincrónica que
rige el acento latino (ley exactamente equiparable a la 2); y sin embargo
ese régimen acentual no resistió a los factores de la alteración, y cedió a
una ley nueva, la del francés (ver pág. 111 y sigs.). En resumen, si se
habla de ley en sincronía, es en el sentido de orden y arreglo, de principio
de regularidad.
La diacronia supone, por el contrario, un factor dinámico por el cual
se produce un efecto, un algo ejecutado. Pero este carácter imperativo no
basta para que se aplique la noción de ley a los hechos evolutivos; no se
habla de ley más que cuando un conjunto de hechos obedece a la misma
regla, y, a pesar de ciertas apariencias contrarias, los sucesos diacrónicos
siempre tienen carácter accidental y particular.
' Según Antoine Meillet (Mém. de la Soc. de Linguistique, IX, pág. 365 y sigs.) y
Gauthiot (La fin de mot en indo-européen, pág. 158 y sigs.), el indoeuropeo no conocía más
que -n final y no -m; si se admite esta teoría, bastará formular así la ley 5: toda n final
indoeuropea se ha conservado en griego. Su valor demostrativo no se habrá disminuido, por
eso, puesto que el fenómeno fonético que viene a parar en la conservación de un estado
antiguo es de la misma naturaleza que el que se traduce en un cambio. Ver pág. 170 (B. y S. )
118 Leyes fonéticas
Para los hechos semánticos se convence uno inmediatamente; si el
francés poutre 'yegua' tomó el significado de 'viga', eso se debió a causas
particulares y no dependió de otros cambios que se pudieron producir
por el mismo tiempo; no es más que uno de tantos accidentes que registra
la historia de una lengua.
Para las transformaciones sintácticas y morfológicas la cosa no es tan
clara a primera vista. En una época determinada todas las formas del
antiguo caso sujeto desaparecieron en francés. ¿No hay ahí un conjunto
de hechos que obedecieron a la misma ley? No, porque todas son manifestaciones
múltiples de un solo e idéntico hecho aislado. Lo que se extinguió
fue la noción particular de cada sujeto, y su desaparición entrañó naturalmente
la de toda una serie de formas. Para quien no vea más que lo exterior
de la lengua el fenómeno único queda anegado en la multitud de sus
manifestaciones; pero el fenómeno mismo es uno en su naturaleza profunda
y constituye un suceso histórico tan aislado en su orden como el cambio
semántico sufrido por poutre; sólo cobra la apariencia de una ley porque
se realiza en un sistema: lo que crea la ilusión de que el hecho diacrónico
obedece a las mismas condiciones que el sincrónico en la disposición rigurosa
del sistema.
Por último, con los cambios fonéticos pasa exactamente lo mismo; y
sin embargo, se habla corrientemente de leyes fonéticas. Se comprueba,
en efecto, que en un momento dado, en una región dada, todas las palabras
que presentan una misma particularidad fónica son afectadas por el
mismo cambio; así la ley 1 de la pág. 123 (*dhūmos —> thūmós) alcanza a
todas las palabras griegas que habían tenido una sonora aspirada (cfr.
*nebhos —> néphos, *medhu —> méthu, *angho —> ánkhō, etc.); la regla
4 (*septm —> heptá) se aplica a serpo —> hérpo, sūs —> hûs, y a todas las
palabras que comenzaran con s. Esta regularidad, que a veces ha sido negada,
nos parece bien establecida; las excepciones aparentes no atenúan la
fatalidad de los cambios de esta naturaleza, ya que se explican sea por leyes
fonéticas más especiales (ver el ejemplo de tríkhes : thriksí, pág. 122) sea
por la intervención de hechos de otro orden (analogía, etc.). Nada, pues,
parece responder mejor a la definición dada arriba de la palabra ley. Y sin
embargo, cualquiera que sea el número de casos en que se verifique una
ley fonética, todos los hechos que abarca no son más que manifestaciones
de un solo hecho particular.
La verdadera cuestión está en saber si los cambios fonéticos afectan a
las palabras o solamente a los sonidos, y la respuesta no es dudosa: en
néphos, méthu, ánkhō, etc., es un fonema determinado, una sonora aspirada
indoeuropea, la que se cambia en sorda aspirada, es la s inicial del
Los transformaciones fonéticas 119
griego primitivo la que se cambia en h, etc., y cada uno de estos hechos es
independiente y aislado de los otros sucesos del mismo orden, independiente
también de las palabras en que se produce1
. Todas esas palabras se
hallan naturalmente modificadas en su materia fónica, pero eso no nos
debe despistar sobre la verdadera naturaleza del fonema.
¿En qué nos basamos para afirmar que las palabras, en sí mismas, no
entran directamente en cuenta en las transformaciones fonéticas? En esta
bien simple observación: que tales transformaciones les son en el fondo
extrañas y no pueden afectarlas en su esencia. La unidad de la palabra no
está constituida únicamente por el conjunto de sus fonemas, y tiene otros
caracteres fuera de su cualidad material. Supongamos que esté desafinada
una cuerda del piano: cada vez que la toquemos al ejecutar una pieza
saldrá una nota falsa. Pero ¿donde? ¿En la melodía? Seguro que no; no es
la melodía la que ha sido menoscabada; ¡sólo el piano habrá estado averiado!
Exactamente lo mismo sucede en fonética. El sistema de nuestros
fonemas es el instrumento que manejamos para articular las palabras de
la lengua; si uno de sus elementos se modifica, las consecuencias podrán
ser diversas, pero el hecho en sí mismo no afecta a las palabras, que son,
por así decirlo, las melodías de nuestro repertorio.
Así, pues, los hechos diacrónicos son particulares; la alteración de un
sistema se cumple por la acción de sucesos que no sólo le son extraños (ver
pág. 110), sino que están aislados, sin formar sistema entre sí.
Resumiendo: los hechos sincrónicos, sean cuales fueren, presentan
cierta regularidad, pero no tienen carácter alguno imperativo; los hechos
diacrónicos, por el contrario, se imponen a la lengua, pero nada tienen de
general.
En una palabra, y a esto queríamos venir a parar: ni unos ni otros
están regidos por leyes en el sentido definido arriba, y si con todo se
quiere hablar de leyes lingüísticas, ese término abarcará significaciones
enteramente diferentes según que lo apliquemos a cosas de uno o de otro
orden.
1 No hace falta decir que los ejemplos citados tienen carácter puramente esquemático:
la lingüistica actual se esfuerza con razón por relacionar y reducir a un mismo principio
inicial series de cambios fonéticos lo más amplias posible; así es como A. Meiltet explica
todas las transformaciones de las oclusivas griegas por un debilitamiento progresivo de su
articulación (ver Mém. de la Soc. de Ling., IX, pág. 163 y sigs.). Naturalmente, a tales
hechos generales, allá donde existan, es a los que se aplican en último análisis estas conclusiones
sobre el carácter de los cambios fonéticos. (B. y S.)
120 Lo parieron ico y lo diacrónico
§ 7. ¿HAY UN PUNTO DE VISTA PANCRÓNICO?
Hasta aquí hemos tomado el término de ley en el sentido jurídico.
Pero ¿habrá quizá en la lengua leyes en el sentido en que las entienden las
ciencias físicas y naturales, esto es, como relaciones que se verifican en
todas partes y siempre? En una palabra ¿no se podrá estudiar la lengua
desde un punto de vista pancrónico?
Sin duda. Y así, puesto que se producen y siempre se producirán
cambios fonéticos, se puede considerar este fenómeno en general como
uno de los aspectos constantes del lenguaje, y será con eso una de sus
leyes. En lingüística, como en el juego de ajedrez (ver pág. 113 y sigs.).
hay reglas que sobreviven a todos los acontecimientos. Pero esos son
principios generales que existen independientemente de los hechos concretos;
en cuanto se habla de hechos particulares y tangibles, ya no hay
punto de vista pancrónico. Así, cada cambio fonético, cualquiera que sea
por lo demás su extensión, está limitado a un tiempo y a un territorio
determinados; ninguno se produce en todo tiempo y lugar; los cambios no
existen más que diacrónicamente. Éste es justamente un criterio con el
cual se puede reconocer lo que es de la lengua y lo que no es. En la lengua
no podría tener cabida un hecho concreto susceptible de explicación pancrónica.
Sea la palabra francesa chose [o la española cosa]: desde el punto
de vista diacrónico se opone al latín causa, de donde deriva; desde el
punto de vista sincrónico se opone a todos los términos con los que puede
estar asociado en francés [o en español] moderno. Sólo los sonidos de la
palabra considerados en sí mismos (fr. šoz, esp. kósa) dan lugar a la observación
pancrónica, pero no tienen valor lingüístico; y hasta desde el
punto de vista pancrónico šoz, tomado en una cadena como ün šoz admirabl∂
«une chose admirable», no es una unidad, es una masa informe, no
delimitada por nada. En efecto ¿por qué šoz y no oza o nšo? No es un
valor, porque no tiene sentido. El punto de vista pancrónico nunca alcanza
a los hechos particulares de la lengua.
§ 8. CONSECUENCIAS DE LA CONFUSIÓN DE LO SINCRÓNICO Y
LO DIACRÓNICO
Dos casos se pueden presentar:
a) La verdad sincrónica parece ser la negación de la verdad diacrónica,
y, viendo las cosas superficialmente, se le ocurrirá a alguien que hay
que elegir entre ambas; de hecho, no es necesario; cada verdad subsiste
sin excluir a la otra. Si dépit ha significado en francés 'desprecio', eso no le
Confusiones de los órdenes 121
impide tener hoy un sentido del todo diferente; etimología y valor sincró-
nico son dos cosas distintas. Y del mismo modo, la gramática tradicional
del francés moderno enseña que, en ciertos casos, el participio presente
es variable y concuerda como un adjetivo (cfr. «une eau courante»), y que
en otros casos es invariable (cfr. «une personne courant dans la rue»).
Pero la gramática histórica nos demuestra que no se trata de una misma y
única forma: la primera es la continuación del participio latino (currentem),
que es variable, mientras que la otra procede del gerundio ablativo,
que es invariable (currendō) 1
. ¿Es que la verdad sincrónica contradice
a la diacrónica, y hay que condenar la gramática tradicional en nombre
de la gramática histórica? No, pues eso sería no ver más que la mitad
de la realidad; no hay que creer que el hecho histórico sea el único que
importa y que se baste para constituir una lengua. Sin duda, desde el
punto de vista de los orígenes, hay dos cosas en el participio courant; pero
la conciencia lingüística las junta y no reconoce más que una: esta verdad
es tan absoluta e irrebatible como la otra.
b) La verdad sincrónica concuerda de tal modo con la verdad diacró-
nica que se las confunde, o bien se cree superfluo el desdoblarlas. Y así, se
piensa explicar el sentido actual de la palabra fr. père [= esp. padre]
diciendo que lat. pater tenía la misma significación. Otro ejemplo: la a
breve latina en sílaba abierta no inicial se cambió en i: junto a ō se decía
conficiō; junto a amīcus, inimīcus, etc. Esta ley se suele formular
diciendo que la a de faciō se hace i en conficiō, porque ya no está en la
primera sílaba. Pero no es exacto: jamás la a de faciō se ha «hecho» i en
conficiō. Para restablecer la verdad, hay que distinguir dos épocas y cuatro
términos: primero se dijo faciō-confaciō; después, transformado confaciō
en conficiō, y como faciō no sufrió transformación, se pronunciaba
faciō-conficiō. O sea:
Si se ha producido un «cambio», habrá sido entre confaciō y conficiō; pero
la regla, mal formulada, ni siquiera menciona al primer término. Después,
junto a este cambio, naturalmente diacrónico, hay un segundo hecho, absolutamente
distinto del primero y que concierne a la oposición puramen-
1 Esta teoría, admitida generalmente, ha sido recientemente rebatida por Eugen
Lerch (Das invariable Participium praesenti, Erlangen, 1913), pero, a nuestro parecer, sin
éxito; no era, pues, cosa de suprimir un ejemplo que, en medio de todo, conservaba su valor
didáctico. (B. y S.)
122 Conclusiones
te sincrónica entre faciō y conficiō. Se querrá argüir que no es un hecho,
sino un resultado; sin embargo, es ciertamente un hecho en su orden, y
hasta son de este orden todos los fenómenos sincrónicos. Lo que impide
reconocer el verdadero valor de la oposición faciō-conficiō es que tal oposición
no es muy significativa. Pero piénsese en las parejas Gast-Gäste,
gebe-gibt y se verá que estas oposiciones son, ellas mismas, resultados
fortuitos de la evolución fonética, pero que no por eso dejan de constituir
en el orden sincrónico fenómenos gramaticales esenciales. Como estos dos
órdenes de fenómenos se encuentran por todas partes estrechamente ligados
entre sí, condicionando el uno al otro, se acaba por creer que no
vale la pena distinguirlos; de hecho la lingüística los ha confundido durante
decenios sin percatarse de que su método no era válido.
Este error, sin embargo, se manifiesta con evidencia en ciertos casos.
Así, para explicar el griego phuktós se podría pensar que basta con
decir: en griego g o kh se cambian en k ante consonantes sordas, expresando
el hecho por correspondencias sincrónicas tales como phugeîn:
phuktós, lékhos : léktron, etc. Pero nos topamos con casos como tríkhes :
thriksí, donde observamos una complicación: el «paso» de t a th. Las formas
de estas palabras no se pueden explicar más que históricamente, por
la cronología relativa. El tema primitivo *thrikh, seguido de la desinencia
-si, dio thriksí, fenómeno muy antiguo, idéntico al que produjo léktron de
la raíz lekh-. Más tarde, toda aspirada seguida de otra aspirada en la
misma palabra se hizo oclusiva, y thríkhes se convirtió en tríkhes; thriksí
se libraba naturalmente de esta ley.
§ 9. CONCLUSIONES
Así es como la lingüística se encuentra aquí ante su segunda bifurcación.
Ha sido primero necesario elegir entre la lengua y el habla (ver pág.
45); ahora estamos en la encrucijada de rutas que llevan la una a la diacronia,
la otra a la sincronía.
Una vez en posesión de este doble principio de clasificación, se puede
añadir que todo cuanto es diacrónico en la lengua solamente lo es por el
habla, en el habla es donde se halla el germen de todos los cambios:
cada uno empieza por ser práctica exclusiva de cierto número de individuos
antes de entrar en el uso. El alemán moderno dice: ich wa; wir
waren, mientras que el antiguo alemán, hasta el siglo xvi, conjugaba ich
was, wir waren (todavía dice el inglés / was, we were). ¿Cómo se ha cumplido
esta sustitución de was por war? Algunas personas, influidas por
waren, crearon war por analogía; éste era un hecho del habla; esta forma,
Conclusiones 123
repetida con frecuencia y aceptada por la comunidad, se hizo un hecho de
lengua. Pero no todas las innovaciones del habla tienen el mismo éxito, y
mientras sigan siendo individuales no hay por qué tenerlas en cuenta, ya
que lo que nosotros estudiamos es la lengua; no entran en nuestro campo
de observación hasta el momento en que la colectividad las acoge.
Un hecho de evolución siempre está precedido de un hecho, o mejor,
de una multitud de hechos similares en la esfera del habla; esto en nada
debilita la distinción establecida arriba, que hasta se halla confirmada, ya
que en la historia de toda innovación comprobamos siempre dos momentos
distintos: 1° aquél en que surge en los individuos; 2" aquél en que se
convierte en hecho de lengua, idéntico exteriormente, pero adoptado por
la comunidad.
El cuadro siguiente indica la forma racional que debe adoptar el estudio
lingüístico.
Hay que reconocer que la forma teórica e ideal de una ciencia no es
siempre la que le imponen las exigencias de la práctica. En lingüística
tales exigencias son más imperiosas que en ciencia alguna, y excusan de
algún modo la confusión que reina actualmente en los estudios. Aun
cuando las distinciones aquí establecidas fueran admitidas
definitivamente, no sería imposible imponer a las investigaciones, en
nombre de ese ideal, una orientación precisa.
Así, en el estudio sincrónico del antiguo francés, el lingüista opera con
hechos y con principios que nada tienen de común con los que le haría
descubrir la historia de esta misma lengua desde el siglo xiii al xx; en
cambio, esos hechos y principios son comparables a los que revelaría la
descripción de una lengua bantú actual, del griego ático en el año 400
antes de Cristo o, por último, del francés de hoy. Y es que esas diversas
exposiciones reposan en relaciones similares: si cada idioma forma un
sistema cerrado, todos suponen ciertos principios constantes que se vuelven
a encontrar al pasar de uno a otro, porque el lingüista permanece en
el mismo orden. Y no sucede de otro modo con el estudio histórico: recó-
rrase un período determinado del francés (por ejemplo del siglo xiii al
xx), o del javanés o de cualquier otra lengua: en todas partes se opera
con hechos similares que bastaría relacionar para establecer las verdades
generales del orden diacrónico. Lo ideal sería que cada lingüista se consa-
124 Conclusiones
grara a una u otra de estas investigaciones y abarcara el mayor número
posible de hechos de cada orden; pero es muy difícil poseer científicamente
lenguas tan diferentes. Por otra parte, cada lengua forma prácticamente
una unidad de estudio, y la fuerza de las cosas nos va obligando
alternativamente a considerarla histórica y estáticamente. A pesar de todo
no hay que olvidar nunca que, en teoría, esta unidad es superficial,
mientras que la disparidad de idiomas oculta una unidad profunda.
Aunque en el estudio de una lengua la observación se aplique ora a un
aspecto ora al otro, es absolutamente necesario situar cada hecho en su
esfera y no confundir los métodos.
Las dos partes de la lingüística, así deslindada, serán sucesivamente
objeto de nuestro estudio.
La lingüística sincrónica se ocupará de las relaciones lógicas y psicológicas
que unen términos coexistentes y que forman sistema, tal como
aparecen a la conciencia colectiva.
La lingüística diacrónica estudiará por el contrario las relaciones
que unen términos sucesivos no percibidos por una misma conciencia
colectiva, y que se reemplazan unos a otros sin formar sistema entre sí.
CAPÍTULO IV
EL VALOR LINGÜÍSTICO
§ 1. LA LENGUA COMO PENSAMIENTO ORGANIZADO
EN LA MATERIA FÓNICA
Para darse cuenta de que la lengua no puede ser otra cosa que un
sistema de valores puros, basta considerar los dos elementos que entran
en juego en su funcionamiento: las ideas y los sonidos.
Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de
palabras, nuestro pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta.
Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo en reconocer
que, sin la ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas
de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es
como una nebulosa donde nada está necesariamente delimitado. No hay
ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la aparición de la
lengua.
Frente a este reino flotante, ¿ofrecen los sonidos por sí mismos entidades
circunscriptas de antemano? Tampoco. La substancia fónica no es
más fija ni más rígida; no es un molde a cuya forma el pensamiento deba
acomodarse necesariamente, sino una materia plástica que se divide a su
vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento
necesita. Podemos, pues, representar el hecho lingüístico en su conjunto,
es decir, la lengua, como una serie de subdivisiones contiguas marcadas
a la vez sobre el plano indefinido de las ideas confusas (A) y sobre el
no menos indeterminado de los sonidos (B). Es lo que aproximadamente
podríamos representar en este esquema:
El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de
crear un medio fónico material para la expresión de las ideas, sino el de
Pensamiento y materia fónica 137
servir de intermediana entre el pensamiento y el sonido, en condiciones
tales que su unión lleva necesariamente a deslindamientos recíprocos de
unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, se ve forzado a precisarse
al descomponerse. No hay, pues, ni materialización de los pensamientos,
ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata de ese hecho
en cierta manera misterioso: que el «pensamiento-sonido» implica divisiones
y que la lengua elabora sus unidades al constituirse entre dos masas
amorfas. Imaginemos el aire en contacto con una capa de agua: si
cambia la presión atmosférica, la superficie del agua se descompone en
una serie de divisiones, esto es, de ondas; esas ondulaciones darán una
idea de la unión y, por así decirlo, de la ensambladura del pensamiento
con la materia fónica.
Se podrá llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, tomando
esta palabra en el sentido definido en la página 38, cada término lingüístico
es un miembro, un articulus donde se fija una idea en un sonido y
donde un sonido se hace el signo de una idea.
La lengua es también comparable a una hoja de papel: el pensamiento
es el anverso y el sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el
otro; así tampoco en la lengua se podría aislar.el sonido del pensamiento,
ni el pensamiento del sonido; a tal separación sólo se llegaría por una abstracción
y el resultado sería hacer psicología pura o fonología pura.
La lingüística trabaja, pues, en el terreno limítrofe donde los elementos
de dos órdenes se combinan; esta combinación produce una forma, no
una sustancia.
Estas miras hacen comprender mejor lo que hemos dicho en la página
93 sobre lo arbitrario del signo. No solamente son confusos y amorfos los
dos dominios enlazados por el hecho lingüístico, sino que la elección que se
decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria.
Si no fuera éste el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya
que contendría un elemento impuesto desde fuera. Pero de hecho los valores
siguen siendo enteramente relativos, y por eso el lazo entre la idea y
el sonido es radicalmente arbitrario.
A su vez lo arbitrario del signo nos hace comprender mejor por qué el
hecho social es el único que puede crear un sistema lingüístico. La colectividad
es necesaria para establecer valores cuya única razón de ser está
en el uso y en el consenso generales; el individuo por sí solo es incapaz de
fijar ninguno.
Además, la idea de valor, así determinada, nos muestra cuan ilusorio
es considerar un término sencillamente como la unión de cierto sonido con
cierto concepto. Definirlo así sería aislarlo del sistema de que forma par
te; sería creer que se puede comenzar por los términos y construir el sistema
haciendo la suma, mientras que, por el contrario, hay que partir de
la totalidad solidaria para obtener por análisis los elementos que encierra.
138 Valor y significación
Para desarrollar esta tesis nos pondremos sucesivamente en el punto
de vista del significado o concepto (§2), en el del significante (§3) y en el
del signo total (§4).
No pudiendo captar directamente las entidades concretas o unidades
de la lengua, operamos sobre las palabras. Las palabras, sin recubrir
exactamente la definición de la unidad lingüistica (ver pág. 129 ysig.), por
lo menos dan de ella una idea aproximada que tiene la ventaja de ser concreta;
las tomaremos, pues, como muestras equivalentes de los términos
reales de un sistema sincrónico, y los principios obtenidos a propósito de
las palabras serán válidos para las entidades en general.
§ 2. EL VALOR LINGÜÍSTICO CONSIDERADO EN
SU ASPECTO CONCEPTUAL
Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y
sobre todo, en la propiedad que tiene la palabra de representar una idea,
y, en efecto, ése es uno de los aspectos del valor lingüístico. Pero si fuera
así, ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación?
¿Serían sinónimas estas dos palabras? No lo creemos, aunque sea fácil la
confusión, sobre todo porque está provocada menos por la analogía de los
términos que por la delicadeza de la distinción que señalan.
El valor, tomado en su aspecto conceptual, es sin duda un elemento de
la significación, y es muy difícil saber cómo se distingue la significación a
pesar de estar bajo su dependencia. Sin embargo, es necesario poner en
claro esta cuestión so pena de reducir la lengua a una simple nomenclatura
(ver pág. 91).
Tomemos primero la significación tal como
se suele presentar y tal como la hemos imaginado
en la página 92. No es, como ya lo indican las
flechas de la figura, más que la contraparte de la
imagen auditiva. Todo queda entre la imagen
auditiva y el concepto, en los límites de la
palabra considerada como un dominio cerrado,
existente por sí mismo.
Pero véase el aspecto paradójico de la cuestión: de un lado, el concepto
se nos aparece como la contraparte de la imagen auditiva en el interior
del signo, y, de otro, el signo mismo, es decir, la relación que une esos
dos elementos es también, y de igual modo, la contraparte de los otros
signos de la lengua.
Puesto que la lengua es un sistema en donde todos los términos son
solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de la presencia
simultánea de los otros, según este esquema:
¿cómo es que el valor, así definido, se confundirá con la significación, es
decir, con la contraparte de la imagen auditiva? Parece imposible equiparar
las relaciones figuradas aquí por las flechas horizontales con las que
están representadas en la figura anterior por las flechas verticales. Dicho
de otro modo —para insistir en la comparación de la hoja de papel que se
desgarra (página 137)—, no vemos por qué la relación observada entre
distintos trozos A, B, C, D, etc., no ha de ser distinta de la que existe entre
el anverso y el reverso de un mismo trozo, A/A', B/B', etcétera.
Para responder a esta cuestión, consignemos primero que, incluso
fuera de la lengua, todos los valores parecen regidos por ese principio
paradójico. Los valores están siempre constituidos:
1° por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo
valor está por determinar;
2° por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor
está por ver.
Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Así,
para determinar lo que vale una moneda de cinco francos hay que saber:
1° que se la puede trocar por una cantidad determinada de una cosa diferente,
por ejemplo, de pan; 2° que se la puede comparar con un valor
similar del mismo sistema, por ejemplo, una moneda de un franco, o con
una moneda de otro sistema (un dólar, etc.). Del mismo modo una palabra
puede trocarse por algo desemejante: una idea; además, puede compararse
con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor, pues, no
estará fijado mientras nos limitemos a consignar que se puede «trocar»
por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual significación; hace
falta además compararla con los valores similares, con las otras palabras
que se le pueden oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado
más que por el concurso de lo que existe fuera de ella. Como la
palabra forma parte de un sistema, está revestida, no sólo de una significación,
sino también, y sobre todo, de un valor, lo cual es cosa muy diferente.
Algunos ejemplos mostrarán que es así como efectivamente sucede.
El español carnero o el francés mouton pueden tener la misma significación
que el inglés sheep, pero no el mismo valor, y eso por varias razones,
en particular porque al hablar de una porción de comida ya cocinada y servida
a la mesa, el inglés dice mutton y no sheep. La diferencia de valor
Significación y valor
13
9
140 Significación y valor
entre sheep y mouton o carnero consiste en que sheep tiene junto a sí un
segundo término, lo cual no sucede con la palabra francesa ni con la española.
Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas
vecinas se limitan recíprocamente: sinónimos como recelar, temer, tener
miedo, no tienen valor propio más que por su oposición; si recelar no existiera,
todo su contenido iría a sus concurrentes. Al revés, hay términos
que se enriquecen por contacto con otros; por ejemplo, el elemento nuevo
introducido en décrépit («un vieillard décrépit», ver pág. 108) resulta de su
coexistencia con décrépi («un mur décrépi») 1
. Así el valor de todo término
está determinado por lo que lo rodea; ni siquiera de la palabra que significa
'sol' se puede fijar inmediatamente el valor si no se considera lo que la
rodea; lenguas hay en las que es imposible decir «sentarse al sol».
Lo que hemos dicho de las palabras se aplica a todo término de la
lengua, por ejemplo, a las entidades gramaticales. Así, el valor de un plural
español o francés no coincide del todo con el de un plural sánscrito,
aunque la mayoría de las veces la significación sea idéntica: es que el sánscrito
posee tres números en lugar de dos (mis ojos, mis orejas, mis brazos,
mis piernas, etc., estarían en dual); sería inexacto atribuir el mismo
valor al plural en sánscrito y en español o francés, porque el sánscrito no
puede emplear el plural en todos los casos donde es regular en español o en
francés; su valor depende, pues, verdaderamente de lo que está fuera y
alrededor de él.
Si las palabras estuvieran encargadas de representar conceptos dados
de antemano, cada uno de ellos tendría, de lengua a lengua, correspondencias
exactas para el sentido; pero no es así. El francés dice «louer
(une maison)» y el español alquilar, indiferentemente por 'tomar' o 'dar
en alquiler", mientras el alemán emplea dos términos: mieten y vermieten;
no hay, pues, correspondencia exacta de valores. Los verbos schätzen y
urteilen presentan un conjunto de significaciones que corresponden a bulto
a las palabras francesas estimer y juger, esp. estimar y juzgar. Sin embargo,
en varios puntos esta correspondencia falla.
La flexión ofrece ejemplos particularmente notables. La distinción
de los tiempos, que nos es tan familiar, es extraña a ciertas lenguas; el
hebreo ni siquiera conoce la distinción, tan fundamental, entre el pasado,
el presente y el futuro. El protogermánico no tiene forma propia para el
futuro: cuando se dice que lo expresa con el presente, se habla impropiamente,
pues el valor de un presente no es idéntico en germánico y en las
lenguas que tienen un futuro junto al presente. Las lenguas eslavas dis-
1 [O con nuestro ejemplo español: el elemento nuevo introducido en el uso argentino
de latente («un entusiasmo latente») resulta de su coexistencia con latir («un corazón latiente»).
A.A.]
Aspecto conceptual del valor 141
tinguen regularmente dos aspectos del verbo: el perfectivo representa la
acción en su totalidad, como un punto, fuera de todo desarrollarse; el
imperfectivo la muestra en su desarrollo y en la línea del tiempo. Estas
categorías presentan dificultades para un francés o para un español porque
sus lenguas las ignoran: si estuvieran predeterminadas, no sería así.
En todos estos casos, pues, sorprendemos, en lugar de ideas dadas de
antemano, valores que emanan del sistema. Cuando se dice que los valores
corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales,
definidos no positivamente por su contenido, sino negativavamente
por sus relaciones con los otros términos del sistema. Su más
exacta característica es la de ser lo que los otros no son 1
.
Ahora se ve la interpretación real del esquema del signo. Así quiere
decir que en español un concepto 'juzgar' está unido a la imagen acústica
juzgar; en una palabra, simboliza la significación; pero bien entendido que
ese concepto nada tiene de inicial, que no es más que un valor determinado
por sus relaciones con los otros valores similares, y que sin ellos la
significación no existiría. Cuando afirmo simplemente que una palabra
significa tal cosa, cuando me atengo a la asociación de la imagen acústica
con el concepto, hago una operación que puede en cierta medida ser exacta
y dar una idea de la realidad; pero de ningún modo expreso el hecho
lingüístico en su esencia y en su amplitud.
§ 3. EL VALOR LINGÜÍSTICO CONSIDERADO EN
SU ASPECTO MATERIAL
Si la parte conceptual del valor está constituida únicamente por sus
conexiones y diferencias con los otros términos de la lengua, otro tanto se
puede decir de su parte material. Lo que importa en la palabra no es el
sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir
1 [Por ejemplo: para designar temperaturas, tibio es lo que no es frío ni caliente; para
designar distancias, ahí es lo que no es aquí ni allí; esto lo que no es eso ni aquello. El inglés, que
tiene dos términos, this y that, en lugar de nuestros tres, este, ese, aquel, presenta otro juego de
valores. A A.]
142 Aspecto material del valor
una palabra de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.
Quizá esto sorprenda, pero en verdad ¿dónde habría la posibilidad de
lo contrario? Puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que
otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente, hasta a priori, que
nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado, en último análisis, en
otra cosa que en su no-coincidencia con el resto. Arbitrario y diferencial
son dos cualidades correlativas.
La alteración de los signos lingüísticos patentiza bien esta correlación;
precisamente porque los términos a y b son radicalmente incapaces
de llegar como tales hasta las regiones de la conciencia —la cual no percibe
perpetuamente más que la diferencia a/b—, cada uno de los términos
queda libre para modificarse según leyes ajenas a su función significativa.
El genitivo plural checo žen no está caracterizado por ningún signo positivo
(ver pág. 112); sin embargo, el grupo de formas žena : žen funciona
también como el de žena : žen que le ha precedido; es que lo único que
entra en juego es la diferencia de los signos; žena vale sólo porque es diferente.
Otro ejemplo que hace ver todavía mejor lo que hay de sistemático en
este juego de las diferencias fónicas: en griego éphēn es un imperfecto y
estén un aoristo, aunque ambos están formados de manera idéntica; es
que el primero pertenece al sistema del indicativo presente phēmí 'digo',
mientras que no hay presente *stēmi; ahora bien, la relación phēmí-
éphen es justamente la que corresponde a la relación entre el presente y el
imperfecto (cfr. deíknūmi-edeíknūn), etc. Estos signos actúan, pues, no
por su valor intrínseco, sino por su posición relativa.
Por lo demás, es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca
por sí a la lengua. Para la lengua no es más que una cosa secundaria,
una materia que pone en juego. Todos los valores convencionales presentan
este carácter de no confundirse con el elemento tangible que les sirve
de soporte. Así no es el metal de una moneda lo que fija su valor; un
escudo que vale nominalmente cinco francos no contiene de plata más que
la mitad de esa suma; y valdrá más o menos con tal o cual efigie, más o
menos a este o al otro lado de una frontera política. Esto es más cierto
todavía en el significante lingüístico; en su esencia, de ningún modo es
fónico, es incorpóreo, constituido, no por su sustancia material, sino únicamente
por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las
demás.
Este principio es tan esencial, que se aplica a todos los elementos
materiales de la lengua, incluidos los fonemas. Cada idioma compone sus
Aspecto material del valor 143
palabras a base de un sistema de elementos sonoros, cada uno de los cuales
forma una unidad netamente deslindada y cuyo número está perfectamente
determinado. Pero lo que los caracteriza no es, como se podría
creer, su cualidad propia y positiva, sino simplemente el hecho de que no
se confunden unos con otros. Los fonemas son ante todo entidades opositivas,
relativas y negativas.
Y lo prueba el margen y la elasticidad de que los hablantes gozan
para la pronunciación con tal que los sonidos sigan siendo distintos unos
de otros. Así, en francés, el uso general de la r uvular (grasseyé) no impide
a muchas personas el usar la r apicoalveolar (roulé); la lengua no queda
por eso dañada; la lengua no pide más que la diferencia, y sólo exige,
contra lo que se podría pensar, que el sonido tenga una cualidad invariable.
Hasta puedo pronunciar la r francesa como la ch alemana de Bach,
doch [= j española de reloj, boj], mientras que un alemán (que tiene también
la r uvular) no podría emplear la ch como r, porque esa lengua reconoce
los dos elementos y debe distinguirlos. Lo mismo, en ruso, no habría
margen para una t junto a una t' (t mojada, de contacto amplio), porque el
resultado sería el confundir dos sonidos diferentes para la lengua (cfr. govorit'
«hablar» y govorit «él habla»), pero en cambio habrá una libertad
mayor del lado de la th (t aspirada), porque este sonido no está previsto en
el sistema de los fonemas del ruso.
Como idéntico estado de cosas se comprueba en ese otro sistema de
signos que es la escritura, lo tomaremos como término de comparación
para aclarar toda esta cuestión. De hecho:
1° los signos de la escritura son arbitrarios; ninguna conexión, por
ejemplo, hay entre la letra t y el sonido que designa.
2° el valor de las letras es puramente negativo y diferencial; así una
misma persona puede escribir la t con variantes tales como
Lo único esencial es que ese signo no se confunda en su escritura con
el de la l, de la d, etcétera.
3° los valores de la escritura no funcionan más que por su oposición
recíproca en el seno de un sistema definido, compuesto de un número determinado
de letras. Este carácter, sin ser idéntico al segundo, está ligado
a él estrechamente, porque ambos dependen del primero. Siendo el
signo gráfico arbitrario, poco importa su forma, o, mejor, sólo tiene importancia
en los límites impuestos por el sistema.
144 El signo en su totalidad
4° el medio de producción del signo es totalmente indiferente, porque
no interesa al sistema (eso se deduce también de la primera característica).
Escribamos las letras en blanco o en negro, en hueco o en relieve,
con una pluma o con unas tijeras, eso no tiene importancia para la significación.
§ 4. EL SIGNO CONSIDERADO EN SU TOTALIDAD
Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que
diferencias. Todavía más: una diferencia supone, en general, términos
positivos entre los cuales se establece; pero en la lengua sólo hay diferencias
sin términos positivos. Ya se considere el significante, ya el significado,
la lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema
lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales y diferencias fónicas
resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica hay
en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos.
La prueba está en que el valor de un término puede modificarse sin
tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro termino
vecino haya sufrido una modificación (ver pág. 139).
Pero decir que en la lengua todo es negativo sólo es verdad en cuanto
al significante y al significado tomados aparte: en cuanto consideramos el
signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un
sistema lingüístico es una serie de diferencias de sonidos combinados con
una serie de diferencias de ideas; pero este enfrentamiento de cierto nú-
mero de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del
pensamiento engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que
constituye el lazo efectivo entre los elementos fónicos y psíquicos en el
interior de cada signo. Aunque el significante y el significado, tomado
cada uno aparte, sean puramente negativos y diferenciales, su combinación
es un hecho positivo; hasta es la única especie de hechos que comporta
la lengua, puesto que lo propio de la institución lingüística es justamente
el mantener el paralelismo entre esos dos órdenes de diferencias.
Ciertos hechos diacrónicos son muy característicos a este respecto:
son los innumerables casos en que la alteración del significante acarrea la
alteración de la idea, y donde se ve que en principio la suma de las ideas
distinguidas corresponde a la suma de los signos distintivos. Cuando dos
términos se confunden por alteración fonética (por ejemplo, décrépit =
decrepitus y décrépi de crispus), las ideas tenderán a confundirse también
por poco que se presten a ello. ¿Se diferencia un término (por ejem-
El signo en su totalidad 145
plo fr. chaise y chaire [dos variantes fonéticas de una misma palabra 'silla',
del latin cathedra])?1 Infaliblemente, la diferencia resultante tenderá
a hacerse significativa, sin conseguirlo ni siempre ni al primer intento.
Inversamente, toda diferencia ideal percibida por el espíritu
tiende a expresarse por significantes distintos, y dos ideas que el espíritu
deja de distinguir tienden a confundirse en el mismo significante.
Cuando se comparan los signos entre sí —términos positivos—, ya no
se puede hablar de diferencia; la expresión sería impropia, puesto que no
se aplica bien más que a la comparación de dos imágenes acústicas, por
ejemplo padre y madre, o a la de dos ideas, por ejemplo la idea 'padre' y la
idea 'madre'; dos signos que comportan cada uno un significado y un
significante no son diferentes, sólo son distintos. Entre ellos no hay más
que oposición. Todo el mecanismo del lenguaje, de que hablaremos luego,
se basa en oposiciones de este género y en las diferencias fónicas y
conceptuales que implican.
Lo que es verdad respecto al valor lo es también respecto a la unidad
(ver pág. 134). Es un fragmento de la cadena hablada correspondiente a
cierto concepto; uno y otro son de naturaleza puramente diferencial. Aplicado
a la unidad, el principio de diferenciación se puede formular así: los
caracteres de la unidad se confunden con la unidad misma. En la lengua,
como en todo sistema semiológico, lo que distingue a un signo es todo
lo que lo constituye. La diferencia es lo que hace la característica, como
hace el valor y la unidad.
Otra consecuencia, bien paradójica, de este mismo principio: lo que
comúnmente se llama «un hecho de gramática» responde en último análisis
a la definición de la unidad, porque expresa siempre una oposición de
términos; sólo que esta oposición resulta particularmente significativa,
por ejemplo la formación del plural alemán del tipo Nacht : Nächte. Cada
uno de los términos enfrentados en el hecho gramatical (el singular sin
metafonía y sin -e final, opuesto al plural con metafonía y con -e) está constituido
por todo un juego de oposiciones en el seno del sistema; tomados
aisladamente, ni Nacht ni Nächte son nada: luego todo es oposición. Dicho
de otro modo, se puede expresar la relación Nacht : Nächte con una fórmula
algebraica a/6, donde a y b no son términos simples, sino que resulta
cada uno de un conjunto de conexiones. La lengua, por decirlo así, es un
álgebra que no tuviera más que términos complejos. Entre las oposiciones
que abarca hay unas más significativas que otras; pero unidad y «hecho de
' [Por ejemplo, en español conciencia y consciencia, cuyos significados se polarizan
respectivamente en el terreno moral y en el cognoscitivo. A. A.)
146 El signo en su totalidad
gramática» no son más que nombres diferentes para designar aspectos
diversos de un mismo hecho general: el juego de oposiciones lingüísticas.
Tan cierto es esto, que se podría muy bien abordar el problema de las
unidades comenzando por los hechos de gramática. Planteando una oposición
como Nacht : Nächte, por ejemplo, nos preguntaríamos cuáles son las
unidades puestas en juego en esta oposición. ¿Son únicamente estas dos
palabras o la serie entera de palabras análogas? ¿O bien a y ä? ¿O todos
los singulares y todos los plurales, etcétera?
Unidad y hecho de gramática no se confundirían si los signos lingüísticos
estuvieran constituidos por algo más que por diferencias. Pero siendo
la lengua como es, de cualquier lado que se la mire no se encontrará
cosa más simple: en todas partes y siempre este mismo equilibrio complejo
de términos que se condicionan recíprocamente. Dicho de otro modo, la
lengua es una forma y no una sustancia (ver pág. 137). Nunca nos percataremos
bastante de esta verdad, porque todos los errores de nuestra
terminología, todas las maneras incorrectas de designar las cosas de la
lengua provienen de esa involuntaria